miércoles, enero 04, 2006 

Metonimia salvaje

Ahora que le hacen entrevistas y aparece en la tele, que lo invitan a seminarios en París y en Barcelona y le dicen artista conceptual de renombre, Abel Bruselas cree que lo suyo fue siempre andar por ahí hablando con palabras raras como intertextualidad o posmodernismo y comiendo canapés y tomando champán en los agasajos que le brindan las embajadas; sin embargo nada de eso hubiera sido posible sin la generosa e involuntaria colaboración de Nélida Eleonora Pérez de Cevasco, a quien un día se le dio por perder la billetera en la estación Ángel Gallardo del subte línea B.

Esa tarde, Bruselas miraba al piso aburrido, odiando en silencio a su jefe que lo hacía ir de un lado a otro de la ciudad (Bruselas era cadete), cuando encontró una billetera huérfana, pispeó enseguida que nadie lo viera y en un rápido movimiento la guardó en su bolso. Después de bajar en 9 de Julio, revisó el objeto encontrado y se puso contento al descubrir catorce pesos. Decidió agasajarse: café con leche con medialunas en una confitería.

Mientras esperaba que lo atendieran, analizó con detenimiento lo hallado: Nélida Eleonora Pérez de Cevasco; Libreta Cívica 4.426.823; fecha de nacimiento 7 de octubre de 1931; casada con el señor Armando Cevasco; foto carnet del señor Cevasco cuando era joven; papelito con un número de teléfono; billete de un dólar doblado en cuatro; otro papelito que decía Doctor Zuletti. Nada más. Cuando volvió a la oficina no hizo ningún comentario. Tampoco en la facultad (estudiaba ciencias de la comunicación).

Llegó de noche a su departamento y dejó la billetera en la mesita de luz, donde permaneció durante más de dos semanas, hasta que un sábado la redescubrió y lamentó no haberse movilizado para devolverla a su dueña. Supuso que la señora Pérez de Cevasco ya habría denunciado la pérdida, por lo que cualquier acción hubiera estado de más. Mejor así, pensó mientras revisaba otra vez los papeles, y entonces recordó una película en la que el protagonista era un falsificador de pasaportes que vendía su trabajo a delincuentes. ¿Cuánto podría conseguir por los documentos de esa vieja? Imaginó a una integrante del Cartel de Medellín cruzando la Triple Frontera. Desechó la idea con media sonrisa. No obstante, Abel Bruselas sintió que esa billetera le serviría para algo. Era el comienzo: no faltaba mucho para aparecer por primera vez en las páginas culturales de los diarios.

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Documentos por favor”, el primer poemario de Abel Bruselas se publicó gracias a una beca de la Fundación Guggenheim. Se trataba de un macizo libro objeto de 50 x 70, en el que la poesía se combinaba con fotos de documentos y billeteras, bajo una cuidada edición gráfica.

“La identidad cobra el cuerpo de una billetera. Secuelas de un pasado horroroso que persiste en el tiempo. Bruselas logra articular el presente con la mirada puesta sobre algunas configuraciones ejemplares”, decía la reseña del suplemento Babelia del diario español El País.

“Durante la dictadura se afirmaba que la cédula de identidad ya era parte del cuerpo de los argentinos. Treinta años más tarde, un joven artista se enfrenta a la necesaria tarea de diseccionar esa unión. Metonimia salvaje de un país en vías de descomposición, las billeteras se lucen como metáfora del empobrecimiento colectivo, como sombras de un vidrio esmerilado que se estalla ante los ojos ciegos de un lector sorprendido y sin reacción”, señaló el diario Página 12.

Cuando se publicó “Documentos por favor”, Bruselas ya no era aquel cadete inconstante que tomaba café con leche con medialunas y vagaba por las aulas de la Universidad de Buenos Aires con unos jeans descuidados y un pulovercito azul. Para ese entonces, el artista conceptual de renombre vivía en un caserón reciclado en San Telmo, tenía un contestador automático bilingüe, anteojos de enorme armazón, pantalones de lino, alpargatas, pulserita, novia vegetariana, todo muy Guggenheim, mucha intertextualidad y mucho posmodernismo. También, por supuesto, tenía algún que otro enemigo. Nada importante: envidia y celos, ya se sabe cómo es ese ambiente. Que estaba tan obsesionado por las billeteras porque lo único que le importaba era la guita, que en su poemas había menos ideas que en un libro de Beneddetti, que coimeaba a los críticos, en fin, comentarios maliciosos que se decían por lo bajo en los cócteles. El precio que se debe pagar por haber llegado tan alto en tan poco tiempo.

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Hay gente afortunada, gente que nace con buena estrella y puede trocar una vida sin perspectivas por un destino de fama y éxitos. Es verdad, son pocos los casos, pero indefectiblemente alguien se encargará de resaltarlos. Siempre hay un conocido de un amigo al que se le ocurrió abrir un parripollo en Recoleta y ahora es empresario multimillonario. Siempre hay una prima lejana a la que un productor vio caminando por la calle y ahora es una de las actrices más cotizadas de Hollywood. Siempre hay un vecino de una cuñada que hizo una grabación casera con sus canciones, contactó a un productor y ahora llena el Luna Park y se queja de la piratería.

Hay gente que fue tocada por una varita mágica, a la que una idea o un hecho casual les torcerá el rumbo. Aquella tarde en la que Abel Bruselas se encontró una billetera con catorce pesos y un dólar en la estación Ángel Gallardo del subte línea B, nunca podría haber imaginado que ese dinero se convertiría en la llave para una abultada cuenta bancaria en Suiza. La cuestión es que un sábado Bruselas sintió que el objeto encontrado le serviría para algo y lo guardó en el bolsillo izquierdo de su jean gastado. Durante algunas semanas anduvo con dos billeteras en el pantalón, hasta que una vez tuvo que dejar unos sobres en un restaurant multiespacio cultural en Palermo Viejo (Bruselas era cadete) y se le ocurrió que podría ingresar en el mundo del arte.

Contactó al dueño del lugar, un ex publicista que había invertido sus ahorros en la iniciativa y le propuso una muestra sobre billeteras, algo así como un Museo del Carterista que ocuparía la pared izquierda hasta llegar a los baños. Contra lo que pensaba, al hombre le encantó la idea y lo alentó para llevarla a cabo. En una semana, Bruselas consiguió que familiares y amigos le prestaran billeteras, documentos y carnets y montó su primera instalación. Para ese entonces seguía siendo cadete, pero en sus ratos libres se consideraba artista conceptual.

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El Museo del Carterista no había tenido gran repercusión en la prensa especializada, apenas alguna reseña aislada y no mucho más. Pero evidentemente el destino de Abel Bruselas estaba tocado por una varita mágica y una tarde Yoko Ono, de paso por Buenos Aires para presentar una muestra de pintura, mientras caminaba con un crítico de The New York Times que estaba trabajando en un amplio reportaje sobre su vida, se le dio por comer una ensalada, preguntó por un restaurant y le contestaron que en la esquina había uno. La viuda de John Lennon quedó fascinada con el lugar, con la ensalada de rúcula y albahaca y, particularmente, con la obra del joven artista argentino.

El prestigioso diario neoyorquino publicó un elogioso comentario en su suplemento cultural, lo que provocó que otros medios nacionales e internacionales se interesaran en el asunto y que llegaran pedidos de más de veinte museos para poder exhibir el trabajo. Apenas tuvo listo su pasaporte, Abel Bruselas renunció a su empleo, a la facultad, se compró ropa y comenzó a viajar con su muestra por distintos lugares del mundo.

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Gracias a la recomendación del crítico de The New York Times, Bruselas obtuvo la beca Guggenheim para montar su segunda instalación titulada “Cinco pal peso”, compuesta principalmente por monederos y portadocumentos. Después vendría el libro de poesía “Documentos por favor” y la muestra “Plástico”, integrada por tarjetas de crédito y carnets de obras sociales. En ese momento, la obra de Bruselas ya exhibía cierto agotamiento. Los críticos lo advirtieron primero con timidez y luego con la saña habitual.

La carrera del ya no tan joven artista parecía acabada. Si no hacía algo pronto, Bruselas se convertiría en otro producto pop con fecha de vencimiento. El ex cadete debía dar una vuelta de página a su vida. Y eso hizo literalmente una tarde en la que disfrutaba de un té de hierbas en una selecta confitería de Recoleta, mientras leía el diario. Dio vuelta la página y se encontró con un aviso fúnebre que lo sorprendió: “Nélida E. Pérez de Cevasco (q.e.p.d.) Falleció 18/8/06. Su esposo Armando, su hermana Clelia y sus sobrinos, Víctor y Hugo participan con pesar su fallecimiento e invitan a acompañar sus restos al cementerio de la Chacarita”.

Abel Bruselas esbozó una sonrisa posmoderna, comprobó que tenía las dos billeteras en el pantalón, pagó con diez dólares y volvió a su caserón en San Telmo, donde inmediatamente comenzó a trabajar en “Museo de la Muerte”, la instalación con la que se consagraría definitivamente.

jueves, diciembre 01, 2005 

Apuntes para la construcción de una nación posible


Por Ricardo J. Astudillo




Acá lo que hace falta es un verdadero debate de ideas. No una peleíta liviana o discusión para saber si tal o si cual. No, viejo. Hay que poner frente a frente a todo el mundo. Los peronistas, los radicales, los católicos, los judíos, negros, blancos, hinchas de Boca y de River. Todos juntos en la 9 de Julio o en el Luna Park y decirles: “tienen dos horas para ponerse de acuerdo”. Una vez que se entienden, ahí se podrá meterle para adelante.

Pero la cosa es que hagan algo, que resuelvan las diferencias. Si al final de cuenta somos todos argentinos ¿no? Pero no es fácil. Hay que dar la cara y enfrentar la situación. Y últimamente nadie quiere poner las pelotas sobre la mesa. ¿Para qué discutir? Mejor no amargarse. Para problemas ya tengo la vida. Y no, carajo, no. Los problemas son necesarios. La cuestión es tener coraje para asumirlo. Además, no cualquiera puede discutir. No es sencillo. Yo siempre digo que cualquier boludo discute con un buen argumento. Lo realmente interesante, viejo, es discutir sin argumentos. Me saco el sombrero ante tipos que te arman todo un lío sin saber de qué se está hablando, que de cero te inventan un flor de debate.

Es más, casi casi me animo a decirte que las mejores discusiones son las discusiones sin sentido. Los grandes temas de la humanidad son al pedo. La verdadera riqueza del debate está en la cosa estéril, la charla al cohete, qué sé yo, la clásica pregunta de si fue primero el huevo o la gallina o si son más importantes las tetas o el culo. Ahí está lo esencial del hombre.

Tenemos que ser como Brasil ¿viste? Ahí sí que son inteligentes. Ellos saben que lo más importante es la joda. Les gusta el carnaval, la matraca y todo eso. Y después el resto que se vaya a cagar. ¿Te pensás que les va mal? No señor. Les va mucho mejor que a nosotros y se la pasan fifando y bailando todo el día. Además viajan desde todo el mundo para verlos pelotudear y la samba de la puta que lo parió. ¿Podés creer? En cambio, a nosotros todavía nos falta decidir qué país queremos ser. ¿Queremos fifar todo el día o preferimos ser como los Suecos o los Suizos? ¿Queremos ser del Primer Mundo o del Tercer Mundo? Ojo, seguro vos vas a decir que es preferible ser del Primer Mundo, pero no te creas, que ahí también tienen sus quilombos, no todo es rosa. En los países ricos les meten una bomba y andá a cantarle a Gardel. Además hay mucha droga, mucho puto, mucho suicidio.

En cambio, ser del Tercer Mundo tiene lo suyo. ¿Viste esos equipos que son de Primera B, pero que no quieren ascender porque pierden guita? Les gusta más ser cabeza de león que cola de ratón...no. ¿O era cabeza de ratón y cola de león? Bueno, no importa. La cuestión es que esos clubes prefieren quedarse en el molde y seguir siendo iguales que siempre: tienen su gente fiel, su sede deportiva, cada tanto les sale un jugador bueno que después termina jugando en un equipo grande. Y ellos son felices así. ¿Para qué se van a arriesgar a jugar en la A? ¿Para que los goleen Boca y River y terminen pasando vergüenza? Tenemos que ver si queremos ser de la A o de la B. Ese es el gran debate de los argentinos. Ver si queremos fifar como los brasileños o preferimos ser como los australianos o los austriacos, que también tienen lo suyo con esto de los virus de las computadoras, las pastillas y la homosexualidad.

Acá nadie quiere enfrentar la realidad, viejo. Son todos cómodos. Es como yo digo. Lo importante es discutir sin argumentos. Pero nosotros somos una nación que todavía está en la prehistoria. Y eso que recursos naturales no nos faltan. Que si tuviéramos ganas, agarrate: no nos para nadie. Tenemos los cuatro climas, una tierra que en donde te tires un pedo, algo se va a cosechar, inteligencia ¿viste? Porque el argentino tiene esa cosa que es vivo, donde esté se va a destacar. Viste que siempre en todos lados hay un argentino. En la NASA, en la NBA, en el Pentágono, en Roland Garros, en las películas, en cualquier lugar al que vayas te encontrás con un argentino. El otro día apareció uno entre los muertos de la bomba ésa en Tel Aviv. ¿No ves? Los argentinos se destacan.

Hace un rato hablaba con un muchacho que viajó a Europa y me decía que afuera todo es muy diferente. Por ejemplo: las minas. Él me comentaba que allá las minas son distintas. Como que no se arreglan, son descuidadas, sucias, no se depilan, tienen mal olor, los dientes con caries, granitos, verrugas, el pelo todo pajoso, várices, herpes, son gordas, tienen papada, joroba, el culo feo. ¿Podés creer que el culo durito y parado es un invento argentino? Yo hablaba con el tipo éste y me di cuenta de por qué allá tienen tantos putos. A ellos le sobra la guita y la tecnología, pero les falta el ingenio, esa cosa de viveza, de sacar partido de cualquier situación. Allá nadie te cruza un semáforo en rojo, nunca una coima, nunca una avivada. Es todo muy diferente. En cambio, nosotros tenemos algo que nos distingue. No somos ni americanos ni europeos. Como que somos de una raza distinta ¿viste? El problema es que no nos podemos poner de acuerdo.

Y no te hablo de la economía ni de si somos peronistas o radicales, no. Acá el problema es otro. Lo que hace falta es un buen debate de ideas para que podamos empezar a salir del pozo. Sentarnos todos y definir qué tipo de país queremos ser. Y ojo que esto no te lo digo al pedo. Es por el bien de todos. Porque si acá me hicieran caso cuando hablo, las cosas serían muy distintas ¿viste?

martes, octubre 04, 2005 

Real World

La historia comenzó con los franceses o los rusos. No importa. Lo cierto es que durante la década del sesenta apareció un mago colombiano que inventó el realismo mágico. Les gustó y compraron. Entonces llegó un peruano de sonrisa astuta y sentenció que la verdad no era tan brillante, que se podía contar la misma historia de siempre, pero sin suprimir las escenas de sexo y violencia. Como el sexo y la violencia estaban mal vistos, lo titularon realismo sucio.

Con el tiempo, las cosas se fueron poniendo más complejas. El mago colombiano siempre mostraba la misma paloma y la suciedad del peruano era mucho más prolija. Además estaban lejos y parecían estrellas de Hollywood. Buscaron, entonces, realistas locales. Un tipo de bigotes extraños que hablaba por televisión patentó el realismo delirante. No se sabe cuál era su delirio, se cree que publicar una novela de más de mil páginas.

Había otro que escribía veinte libros al año. Todos empezaban parecido, una historia más o menos normal, más o menos clásica. Sin embargo, algo ocurría luego de la página setenta. Dicen que este hombre llegado a determinado punto apretaba la tecla ”bizarrear” de su computadora y el realismo se desvanecía para dar paso a una novela enferma, mutante y desagradable. Parece que se llamaba ”realismo hipocondríaco” o ”realismo paranoico”, aunque ese fue también fue el nombre de una banda de rock integrada por escritores noveles.

Como en todas las grandes familias, llegaron las divisiones. Y los realistas comenzaron a pelear por el poder. Por un lado, aparecía el denominado realismo intransigente, que pugnaba por una escritura ligada al desarrollo industrial y a la asociación corporativista ligada a literaturas más poderosas. Por el otro, surgió el realismo del pueblo. Paradójicamente, los realistas del pueblo representaban a un sector pequeño e influyente. Eran conservadores y querían mantener el status quo. Libros de ciento cincuenta páginas, editoriales millonarias, suplementos culturales aburridos.

La atomización se hizo casi inevitable cuando un grupo comenzó a matar escritores para liberar al verdadero realismo de la opresión del realismo dictatorial. Era la nueva juventud de narradores de izquierda. Para frenar ese avance, los realistas de derecha apelaron a métodos oscuros (e incluso contrataron a autores del realismo sucio). Así comenzó el período más tétrico de la historia. Los escritores de izquierda pasaron a la clandestinidad y algunos debieron exiliarse en Europa (los exiliados, de cualquier índole, siempre terminan en ese continente).

Luego de la guerra con los narradores flemáticos, se reimplantó el realismo democrático. Triunfaron los autores de bigotes, que pugnaban por una escritura pluralista, educativa y solidaria. Es decir, aburrida. Los otros se agruparon bajo la renovación, un sector que juntaba bajo el mismo techo a realistas de derecha e izquierda reconvertidos para la democracia, con apetito de fama y firma de ejemplares.


Con el realismo champagne llegó una escritura vacía, con golpes de efecto y pocas destrezas, combinada con un modelo de importación de libros, que le dio grandes beneficios a unos pocos novelistas y terminó arruinando a la gran mayoría. Esa década infame terminaría con los escritores en la calle golpeando sus computadoras.

Luego de la última crisis, sobrevendría la división de las tierras realistas en distintas parcelas. Por un lado, los realistas sensibles se adueñarían de la Plaza Cortazar. Los realistas snobs, ex champagne, cruzaron Juan B. Justo y bautizaron su región como realismo Hollywood. Los sectores más castigados tuvieron que mudarse al primer y segundo cordón del realismo y dieron pie al realismo asistencialista. Mientras que los realistas profundos siguieron con sus historias ligadas al campo y la cosecha.

A medida que los problemas de los narradores se agudizaban, algunos autores de centro izquierda plantearon la posibilidad de despenalizar el aborto para evitar que se siga poblando de escritores el segundo cordón del gran realismo. Los narradores de derecha (ahora nombrados como novelistas de centro) se opusieron. Dijeron que un nuevo narrador nace apenas escribe una palabra y no cuando termina su primer cuento, como sostienen los realistas progresistas (o de centro izquierda).

El argumento de los autores de izquierda era que el mundo no podía dar lugar a tantos realistas. Los novelistas de derecha, a su vez, sostenían que no se puede matar a un escritor antes de que vea la luz. Ellos preferían matarlo más tarde por una cuestión de seguridad.

Entre los narradores de izquierda, se encontraban los realistas garantistas, que defendían el derecho del escritor a publicar lo que quiera, sin importar el contenido de la obra. Esta idea le trajo algunos dolores de cabeza a sus defensores, cuando bandas organizadas de realistas salvajes utilizaron sus obras para delinquir. Los narradores de izquierda le echaron la culpa al sistema. Los realistas de derecha, en cambio, sostuvieron que los narradores del primer y segundo cordón del realismo asistencialista, ante la menor duda de plagio, debían ser ajusticiados.

Los intelectuales realistas dijeron que hasta que no se terminara con el realismo, éste seguiría dañando al mundo. Otros académicos pugnaron por la creación de un irrealismo que llevara la bandera de los valores fundantes del realismo. Pero eran apenas grupos minúsculos dentro de un panorama demasiado complejo.

Todas estas discusiones terminaron abruptamente cuando llegó la gran inundación, un desastre natural que provocó la muerte de miles de realistas. Tres millones de libros debieron ser evacuados y las calles se convirtieron en verdaderos ríos de tinta. Los narradores secos norteamericanos acudieron en rescate, pero ya era poco lo que se podía hacer.

La literatura argentina sufría la tragedia más grande su historia. La Red Solidaria organizó un festival por televisión para recaudar fondos para los escritores carenciados, pero el público prefirió ver otro canal. El secretario de Cultura determinó el estado de emergencia y le pidió al Presidente una partida extra del presupuesto para impulsar la obra de cinco escritores. El primer mandatario demoró dos años en firmar el
decreto, y, para ese tiempo, cuatro de los cinco escritores ya habían fallecido.

Sólo quedaba un escritor.

Y entonces surgió un nuevo realismo.

El realismo único.

martes, septiembre 13, 2005 

4272 caracteres (con espacios)


El café me está arruinando. Escribo esta frase mientras tomo la enésima taza del día. Me arde el estómago. Estoy al borde de la muerte. Son las siete de la tarde y todavía me faltan diez millones de caracteres para terminar cinco trabajos que tengo pendientes. Me deben dos meses de sueldo y hoy no me lavé los dientes. Mi único amigo es Clippy, el muñequito del Word. Cada tanto intento alguna maniobra prohibida para verlo. Cuando pregunta algo, le contesto ”ocultar”. Sigo trabajando. El Cabernet Sauvignon de joven es alto en taninos. Con la guarda, su color vira al rojo violáceo. El café es intomable. Vomito. El líquido negro lo inunda todo. Me pregunto cuál es la diferencia entre el agua de la canilla y el agua del inodoro. Le agradezco a Dios que me dejen trabajar desde casa.

Al rato suena el teléfono. No me saludan, sólo quieren saber cuándo voy a mandar los guiones. ”Quédense tranquilos”, les digo, aunque en realidad querría poner ”ocultar”. Salgo y voy a Internet. Le mando un mail a mi contacto, en el que anuncio que voy a tardar un día más con la entrega. Me gusta estar en Internet. A mi lado un hombre le está enseñando a disparar al hijo contra el monitor. ”Surgió un inconveniente. Después te cuento. Prometo mandarte todo mañana a la tardecita”. 87 caracteres con espacios. Últimamente cuento los caracteres de cada estupidez que escribo. Mi contacto está perdido. Sabe que ya es demasiado tarde para encargarle el trabajo a otro. Pienso en el blog. Debería subir algo. No sé. Contar, por ejemplo, que el café me está arruinando. Pero no. Desde un principio me propuse no contar que me gusta tomar café ni ninguna de esas giladas.

Compro unas galletitas de agua y vuelvo a casa. Pongo la radio bien fuerte. Dejo de lado al Cabernet Sauvignon (Salvaje de las Cavernas, en francés) y me siento a terminar uno de los guiones. Escribo sin pensar hasta que me acuerdo que no me lavé los dientes.
Suena el teléfono otra vez. La gente de la televisión vive apurada. Les grito que me no me rompan las pelotas y que me paguen lo que me deben. Después vuelvo a la computadora como si nada. Cuando termino ataco las galletitas y me preparo un té. Vomito por tercera vez en el día.

No tengo obra social. Detesto los hospitales. Odio a los médicos. La única vez que le pegué a alguien en mi vida fue a un médico. Le partí la nariz de un puñetazo. Sangró mucho. Me retuerzo en el piso y escucho los rings como si fuera la música del diablo. Levanto el mensaje. Era mi madre. Hace dos meses que no la veo. Otra vez el teléfono. Es mi contacto. Dice que está en problemas, que por favor le mande las notas hoy sin falta porque está a punto de perder el trabajo. La gente de la gráfica vive apurada. Le digo que sí y me dispongo a pasar otra noche sin dormir. Tomo tres aspirinas y noto que la radio siempre repite las mismas tres canciones. Me sorprendo tarareando.

Termino las notas y regreso a Internet. Ya es tarde. Hay mucho humo y unos muchachos gritan y festejan. Yo paso con mi diskette y le envío por mail las notas a mi contacto. Después me quedo mirando algunas páginas. Me gusta estar en Internet porque nadie me conoce. Mientras todos hacen ruido, permanezco en silencio. Veo las caras de mis vecinos. Los espío. Hay una chica que está escribiendo un mail larguísimo. Debe tener como cincuenta mil caracteres, calculo.
¿Qué dirá? Adivino una ruptura. Ella quiere reconciliarse. Las rupturas siempre requieren de pocas palabras. Los frustrados intentos de reconciliación, en cambio, demandan extensos soliloquios.

Vuelvo a casa. Otra vez el murmullo del departamento vacío. Hay olor a vómito. Es casi peor que el olor de Internet. Me dan ganas de lanzar de nuevo. Me ducho. El calefón no se enciende. Tengo que abrir una canilla del lavabo para que se caliente el agua. Dejo que la lluvia me transporte hacia otros lugares. Mañana todo va a ser mejor. Pienso en mujeres de pechos grandes y en páginas repletas de caracteres. Millones de caracteres ya escritos. Correos enviados. Contactos satisfechos. Cheques al portador. Alquiler pago. Vuelos al espacio exterior. Sol. Playa. Celulares con salida al mar.

Cuando me siento frente a la computadora, descubro que está amaneciendo. Lo saludo a Clippy. Buen momento para desayunar. Preparo un café.

miércoles, agosto 17, 2005 

Blue

Caminar descalzo por la playa vacía. El atardecer es inspirador. El cielo encapotado amenaza una tormenta. A lo lejos se ve a unos niños jugando, pero no hay que darles importancia. Sentarse a mirar las olas, el pasado. Escuchar frases que retumban con la pesadez de un dinosaurio moribundo. El viento debe ser insoportable.

Encender un fósforo. Rescatar alguna escena de la infancia más remota, por ejemplo, el día en que un compañero de la escuela te pegó una paliza y tuvieron que llevarte al hospital. Intentar que vuelvan esas lágrimas. Pensar que todavía no pasó lo peor. Imaginar que tu compañero de escuela ahora está con ella. Ya es grande, pero igual tiene puesto un delantal blanco. Se ríe. Querés pegarle, aunque sabés que corrés el riesgo de terminar muerto.

Tirar el fósforo. Caminar y sentir los pies sobre la despareja superficie de la arena. Intentar alguna metáfora al respecto. Entrar a un bar y pedir vino de la casa. No mirar el televisor ni preguntar cómo va el partido. Escribir que la distancia te sirvió para darte cuenta de muchas cosas. Tachar lo escrito. Mandarte un vaso de un tirón. Escribir que la distancia te sirvió para darte cuenta de tus errores. Escribir que se merecen una oportunidad y que nada en el mundo es tan potente como el amor que sentís. Leer y releer lo que está escrito.

Terminar el pingüino y dar la vuelta tímidamente ante el grito de gol. Volver al hotel, caminando bajo la lluvia por el medio de la calle. Sentir que el agua purifica. Decidir que la carta será enviada al día siguiente a primera hora. Llegar mojado, recostarse, abrir un libro en cualquier página y leer una frase al azar. Por ejemplo: ”Lo que Julio quería decir era que la injusticia se había cometido con nosotros”. Detenerse en por qué fue elegida esa frase y no otra.


Sacarse la ropa y mirarse, desnudo, al espejo. Preguntarse dónde está el alma. Prender la tele. Escuchar un debate sobre la posibilidades del crecimiento del comercio exterior. Cómo integrarse en un bloque regional con Brasil. Dormirse. A la mañana siguiente, ducharse, vestirse y releer por última vez la carta. ¿Nada es tan potente como el amor que sentís? Guardarla entre las páginas del libro y salir a desayunar. Conversar con el mozo del bar. Comentar algo sobre el partido. Comprar un boleto de vuelta. Hacerle una broma a la chica que vende el pasaje. Volver a la playa. Es una mañana de sol.

martes, agosto 09, 2005 

Casi anécdotas

Detengámonos otra vez en las charlas cotidianas y analicemos el género literario que predomina en la mayoría de las conversaciones: la casi anécdota. Pequeñas partículas inconexas de una historia, desordenas hipótesis sin sustento, revelaciones irrelevantes que funcionan como elemento principal para llenar el tiempo muerto de cualquier encuentro entre dos personas.


Claves:
  • No hay rigor que dé sustento a lo que se cuenta.
  • Se justifican por la cercanía de algún conocido o familiar: (Ej: Le pasó a un amigo del primo de mi vecino)
  • Es común que participe un personaje famoso o semi famoso.
  • Suelen verse elementos fantásticos en las narraciones.
  • El emisor del mensaje tiene cierto desgano al narrar.
  • La conversación termina cuando el receptor dice ah.

Principales difusores:

  • Familiares (en especial las mujeres)
  • Compañeros de trabajo
  • Taxistas
  • Todos los habitantes de Buenos Aires y Gran Buenos Aires.

Tres ejemplos:

1) Avistamiento de famoso

-¿Sabés a quién vi el otro día?
-No.
-Al pelado ése que trabaja en la telenovela.
-¿Gabriel Corrado?
-No... te digo que es pelado.
-Qué sé yo.
-¿Goitia se llama?
-Sí, no sé.
-Lo vi a Goitia.
-Goity.
-Goity, ése.
-¿Y? ¿Qué pasó?
-Lo vi en la pizzería de la otra cuadra.
-¿Qué hacía?
-Nada, estaba comiendo.
-Ah.

2) Fenómenos paranormales

-Me contaron que hay un tipo que puede oler los estornudos.
-¿Cómo? ¿Estás jodiendo?
-Sí, ponele que nosotros estamos acá y vos estornudás. A los cinco minutos, el tipo llega y adivina.
-Será porque habrá escuchado.
-En serio. No sé qué poder sensitivo tiene que hace pueda oler un estornudo.
-Mirá si va a oler un estornudo. Es mentira.
-Te juro. Parece que para el tipo es lo más natural del mundo. Pero en la familia lo quieren llevar a la televisión, a ver si pueden juntar algo de guita.
-¿Qué hace el tipo?
-¿Cómo ”qué hace”?
-Claro. ¿A qué se dedica?
-No sé.
-¿Vos lo conocés?
-No, pero me lo contó Néstor. Creo que es un amigo de Lito o algo así.
-Ah.


3) Argentina potencia

-¿Sabés que el asado fue elegido como la mejor comida de la humanidad?
-¿En serio?
-Sí, salió en una lista que publicaron en no sé dónde de Inglaterra o Estados Unidos, que dice que no te podés morir sin comer un buen asado argentino.
-No te creo.
-Sí. Los tipos se vuelven locos con la nerca. Ahora dicen que es bueno para el turismo porque van a empezar a llegar millones de personas a comer chinchulines, morcilla, chorizos.
-¿En serio?
-Pasa que allá están al pedo. ¿Entendés? Entonces inventan esas cosas para entretenerse.
-Sí.
-Mirá lo que es este vacío. No me vas a negar que si fueras yanqui no pagarías por esto.
-Sí, qué sé yo.
-Tenés que cambiar la mentalidad. Allá son distintos. No es casualidad que haya salido ese estudio. Parece que hace más de veinte años que vienen investigando el asunto y ahora decidieron que la carne argentina está primera en el ranking.
-¿Quién salió segundo?
-Qué sé yo. ¿Qué carajo te importa?
-No, digo, por curiosidad, nomás.
-Si somos primeros...¿qué te importa quién salió segundo?... Era un país medio raro, tipo la India o Canadá.
-Ah.

miércoles, agosto 03, 2005 

Sobre gustos

Cada vez que alguien me recomienda un libro o una película entra a correr un sudor frío por mi espalda. Sobre todo si dicen ”es ideal para vos” o ”no te la podés perder”. Ahí empiezo a gritar como si estuviera junto a Joseph Mengele en una sala de torturas. Lo peor es que ya nadie se sorprende con mis pantomimas porque todo el mundo está acostumbrado a los panics attacks y las convulsiones. Entonces mientras babeo en el piso me siguen hablando de la nueva de Kusturica o de la que dirigió el mismo japonés de ”Los tintoreros de antes no usaban vapor”.

Las cosas que uno hace con su tiempo libre están reservadas a la más íntima voluntad. No admito a que me insten a leer la última novela de Michelle Houellebecq, cuando en realidad quiero estar tirado en la cama disfrutando en la tele de Feliz Domingo.

Ya sé. Las historias pergeñadas por el autor de Las Partículas Elementales seguramente me van a encantar. Además las chicas suelen ver mejor a la gente conocedora de la obra del gran escritor francés que a sujetos capaces de analizar la evolución del ciclo de Silvió Soldán a lo largo de veinte años. Pero no me importa. Algunas obras maestras no se hicieron para que yo me regocije.

La cosa no termina con la recomendación. Veinte días más tarde, los que se arrogan el derecho a decidir qué debo hacer con mis consumos culturales vuelven a la carga y me reprochan que todavía no les haya hecho caso. Tanto insisten que finalmente alquilo la película o consigo el libro.

Pero los problemas no terminan.

Al principio supongo que voy a encontrar una gema, entonces presto mucha atención y releo un párrafo todas las veces que sea necesarias o rebobino el video para pescar lo que había querido decir ese personaje tan extraño. Después me entrego al aburrimiento y avanzo distraído hasta llegar a la conclusión de que esa obra no se había hecho para mi.


Hay un catálogo bastante largo de cosas que deberían gustarme pero no: Bob Dylan, la ópera, las películas de Andrei Tarkovsky, Breat Easton Ellis, Douglas Coupland, la música de los balcanes, El arca rusa, Alan Pauls, la última de Pompeyo Audivert, Miranda, Gastón Pauls, Claude Chabrol, Harry Potter, Nicolás Pauls, Gaspar Noe.

Todos los domingos busco los suplementos culturales y de espectáculos y resalto con un marcador rojo lo que sé que me van a recomendar y no me gustará.

Sí, ya sé. Soy un prejuicioso. Pero prefiero guiarme por la intuición y no por lo que me digan los demás. Elijo las películas según el afiche o el diseño de la cajita. En las librerías, busco una novela y escojo una frase al azar. Si me gusta, compro el libro. Es un método poco convencional, pero rara vez me equivoco.

Así que déjenme tranquilo y no me torturen con la última de Kusturica.

jueves, julio 21, 2005 

Una vida consagrada a la literatura


Personajes: Adriano Torres

El reconocido escritor revela secretos de su obra y analiza cómo debe ser la relación entre los intelectuales y el poder

-¿Cómo es un día en su vida?
-Me levanto a las seis y escribo hasta las diez. Luego salgo a caminar y a tomar aire. Por la tarde me dedicó a leer, a corregir cosas puntuales, alguna carta. De lunes a lunes sigo esta rutina. La vida del escritor no tiene feriados.


-Tengo entendido que no utiliza computadora.
-Nunca aprendí a usarla. Me han regalado unas cuantas pero ni siquiera las enchufé. No hay nada mejor que el ruido enfermo de una Olivetti.

-¿Qué lee?
-En estos momentos estoy releyendo a Cátulo, los domingos por la tarde me gusta internarme en las historias de Proust, particularmente en El Tiempo Recobrado; también Flaubert y Guy de Maupassant. Y, por supuesto, Sartre. Anote esto que voy a decir: siempre es bueno releer a Sartre.

-Siempre es bueno releer a Sartre.
-Sé que a algunos posmodernos de pacotilla no les cae en gracia su figura. Me dan nauseas, pobres infelices. Sartre es el riñón fundamental del pensamiento moderno. Lamentablemente, por esos caprichos de los burócratas mal entendidos, no se lo estudia lo suficiente en las universidades. Su figura representa a un escritor integral, novelista, ensayista, intelectual comprometido.

-¿Qué piensa del apoyo de los intelectuales al Gobierno?
-Está mal, es un desastre (golpea la mesa). Un intelectual tiene el deber de mantenerse a una distancia prudente de los políticos. Debe ser como una mosca zumbando en el oído de los dueños del poder, no la comparsa del payaso de turno. Nuestra tarea primordial es ser irreductibles ante los designios que vayan marcando las autoridades.

-Sin embargo, usted es conocido por su fuerte compromiso político.
-Por supuesto. Estoy obligado como pensador, pero nunca me verán entreverado en cuestiones partidarias. Casualmente hace un rato, adherí a la carta abierta que escribió Genaro Barinelli sobre la nueva ley de libros. Además participó activamente en distintas organizaciones de derechos humanos y me reúno a menudo con dirigentes sociales y sindicales.

-¿Qué opinión le merecen los escritores jóvenes?
-Tengo por costumbre no leer a autores vivos. Lo hago por una cuestión de buen gusto. Sigo a rajatabla la teoría de la vaca. Para comer un buen bife, primero hay que matar a la vaca (ríe)

-Sabemos que usted trabajó en distintos oficios antes de triunfar como escritor.
-Es cierto. Alguien que quiere dedicarse a la literatura, primero debe vivir la vida. Es decir, pasar por distintos estadios, ser amado, rechazado, tener un jefe despreciable, fornicar con prostitutas, enredarse con drogas químicas, viajar por rutas desoladas y esas cosas que no suelen pasarle a los escritores cuyo mundo es una biblioteca. Por ejemplo, en mi caso, fui maestro mayor de obras, gerente de marketing de Coca Cola, presidí el Consejo Psicoanalítico de Buenos Aires, estudie filosofía, escribí chistes para el programa de Juan Carlos Mareco, manejé un taxi flet, jugué al ajedrez por dinero, fui barman en un cabaret, sereno, empleado administrativo y corresponsal de guerra, entre tantos oficios terrestres, como diría mi amigo Rodolfo Walsh. Viví todo eso, hasta que en 1967 se publicó mi primera novela y me aboqué por completo a la literatura.

-Las cerraduras rotas fue un suceso de ventas.
-Eran otros tiempos. El boom latinoamericano, Rayuela, la utopía socialista, el Mayo Francés. La palabra escrita tenía valor. Creíamos que era posible cambiar el mundo.

-Parece escéptico. ¿Ya no se puede cambiar el mundo?
-Los años me han cambiado. Ahora me conformo con crear otros mundos con otras lógicas más dignas de ser vividas. Las cerraduras rotas es mi obra de juventud que refleja el estado de las cosas en ese tiempo. Hoy no podría escribir algo parecido.

-¿Qué piensa del avance de la genética?
-Es conocida mi posición al respecto. Repudio cualquier tipo de manipulación genética. No voy a hacer más comentarios al respecto. Cualquier cosa, puede leer el documento que firmé junto con Genaro Barinelli y otros intelectuales.

-¿Cuál es su opinión respecto del auge de los realitys shows?
-No miro televisión. Mi vida está consagrada a la literatura. Me quemo las pestañas leyendo y escribiendo, no tengo tiempo ni ganas de sentarme como un autista frente a un aparato para ver si cuatro chicas se convierten en cantantes populares, o para saber si Fulanito se divorció de Menganita.

-Sin embargo, le interesa el cine.
-Sí, pero no las porquerías que se ruedan hoy día en Hollywood. Hace más de diez años que no veo una película. Tenga en cuenta que yo soy de la generación de Bergman, la Nouvelle Vague, los checos. ¿Le parece que debo ir a comer pochoclo y a mezclarme con las idioteces de semiadolecentes exitados?

Hablando de cine, sabemos que un productor español compró los derechos de El miedo inútil ¿Piensa participar de la adaptación?
-De ninguna manera. (Golpea la mesa) ¿Sabe? Lo mío es la literatura, las películas son de los directores. No me agrada ser un entrometido. Intentaré supervisar lo que pueda para que no se pierda el espíritu de la novela. Aunque la palabra definitiva la tendrá el director. O el productor, como suele suceder en estos casos.

-Ese libro habla de la historia de un padre y un hijo. ¿Cómo es usted como padre?
-Evidentemente no he sido un bueno, pero no me importa. Nunca me gustaron los niños.

-¿Cuántos hijos tiene?
-Unos cuantos, ya perdí la cuenta. El más chico vive conmigo, otros los vendí. En una época pagaban diez mil dólares. Una mujer húngara los ubicaba en Europa. Iban a estar mejor que acá. A muchos decidí no reconocerlos, no valía la pena. A veces alguno golpea la puerta, se hace pasar por periodista y me pide un reportaje. Si estoy de buen humor, lo concedo.

-Nos podría hablar de la novela que está escribiendo.
-Es una historia muy densa que siento que la tengo que contar en este momento. Algo dentro mío dice que debo escribir este libro cueste lo que cueste. Tendrá alrededor de mil quinientas páginas y hablará sobre Margarita, la amante secreta del guardaespaldas de Perón. Una mujer de la alta oligarquía que se enamora de Benítez, uno de los custodios de la Quinta de Olivos durante la primera presidencia de Perón.

-¿Qué opinión le merecen los hots pants?
-Estoy en desacuerdo. Basura sexista. Otro tema.

-Volviendo a la cuestión política, en su autobiografía usted da a entender que, durante su militancia política, mató a más de una persona.
-Así es. Fueron siete en total. Cuatro si tomamos en cuenta sólo mi período militante.

-¿Qué se siente ser un asesino?
-Nada muy especial.

-¿Es difícil acabar con una vida?
-No crea. Me costó más dejar de fumar que disparar contra un enemigo.

-¿Cómo hizo?
-¿Para dejar de fumar?

-No, para matar.
-Ah, el consejo en esos casos es no dudar. Apretar el gatillo dos veces y después salir caminando como si nada hubiera pasado.

-Por último, ¿qué libro recomienda para leer en el baño?
-Teniendo en cuenta que el sanitario es un lugar incomodo para concentrarse, creo que una buena opción sería La Biblia.

jueves, julio 07, 2005 

La vida moderna, según Triviño


El chileno Tulio Triviño es el mejor periodista del mundo. Elegante, sobrio, sensato, conduce el noticiero 31 Minutos. Su lema: “la fama es una planta a la que hay que regar todos los días”

En una entrevista al semanario The Clinic, Triviño contesta cómo es un día de su vida.

“Me levanto como a las once, reviso mi contestadora telefónica, mi buzón, mis emails, luego el biper, y veo si me mandaron algún telegrama. Reviso la prensa matutina, la prensa vespertina, vuelvo a revisar mis emails, la casilla de voz y el messenger. Entonces reviso biper de emergencia. Llego al canal, donde reviso las diversas invitaciones que me llegan a diario y reviso el mail del canal, donde suelen escribirme los fans. Luego me reúno con Juanín, quien me lee todo lo que tengo que decir. Más tarde reviso los emails de otra gente y las carteras de algunas periodistas, hasta que comienza el programa. Al llegar a casa reviso las alarmas y si alguien escribió algo en la pared que da a la calle. Finalmente me tomo un merecido descanso”.

lunes, julio 04, 2005 

El perro con cabeza de humano y cuerpo de humano

A Julián nunca se le había ocurrido gran cosa hasta que una mañana, durante una clase de química, escribió el primer esbozo de la obra que lo marcaría para siempre. Una hoja arrancada de un cuaderno le bastó para idear a su personaje, un antihéroe que recorrería las calles de la ciudad: El perro con cabeza de humano y cuerpo de humano.

Cuando vio las risas de Tacho, su compañero de banco, se dio cuenta de que estaba ante algo importante. Guardó los garabatos en la mochila, al lado de la tabla periódica de elementos y supo que tenía mucho trabajo por delante.

No volvió a hablar del tema hasta que en el baile de despedida del colegio, Laurita, la colorada de 5 1ra le preguntó en qué facultad se había inscripto.

-Letras –contestó muy seguro. Y antes de que ella pudiera seguir, arremetió –Voy a ser escritor. Estoy preparando una novela.

Esa noche terminaron a los besos. Y Julián se convenció de que el título de su libro había sido fundamental en la conquista. Algo de razón tenía. Con el tiempo llegaría Paula, la estudiante de psicología, Analía, la empleada del video club, Marina, la estudiante de teatro, Romina, la vecina del 16 G, Hebe, la contadora, Verónica, la que trabajaba en la empresa de celulares y algunas otras más. El hombre que inventó al perro con cabeza de humano y cuerpo de humano había aprendido el truco para domar a las fieras.

-Es la historia de un incomprendido. Alguien que no encaja en la sociedad. Los perros lo ven como un humano y los humanos piensan que está loco –Con el correr del tiempo Julián fue puliendo su discurso.

Cuando tuvo que rendir los primeros parciales en la facultad, se dio cuenta de que Letras no era para él. Mucha teórico. Mucho para estudiar. De esa forma, nunca escribiría su novela. Se anotó, entonces, en un taller literario. Allí podría trabajar en su relato hasta que tuviera forma.

En la primera clase contó su idea. El profesor la aprobó y le pidió que para la próxima trajera algo escrito. Julián se pasó los veinte días posteriores revolviendo papeles en su casa para dar con el original que le serviría de base. Al final, escribió tres párrafos y se animó a mostrarlos a regañadientes.

-Falta mucho para que se desarrolle la historia. Son apenas las primeros pinceladas.

El profesor y el resto de sus compañeros se burlaron con acidez de su historia. Ningún escritor salió de un taller literario, fue lo que dijo Julián para convencerse de no volver.

Al año siguiente, su padre le consiguió un empleo en una librería. Era una buena idea. Iba a estar en contacto con los libros, podría conocer cómo funciona el negocio de la literatura. Con el tiempo, Julián se convirtió en un experto en recomendar novelas de las que sólo había leído la solapa.

-Es una novela existencialista. Mezcla de Kundera con Sábato. –decía sin pudores.

Más tarde, se anotó en un curso de teatro en el Centro Cultural San Martín. Pensó que le serviría para desarrollar su personaje desde lo físico y lo emocional. No lo consiguió, pero al menos se puso de novio, lo cual, a esa altura del partido, no era poco.

Cuando cumplió 25 optó por estudiar periodismo para aprender una forma de escritura limpia y pulcra. Duró tres meses. Entonces intentó con la licenciatura de historia.

-Un pueblo que no conoce su pasado, repite sus errores una y otra vez –le dijo a su compañero en la librería, que lo miró incrédulo. Seis meses después llegó a la conclusión de que la Universidad había sido copada por los burócratas oficialistas. Al mismo tiempo, su novia Analía lo había dejado para irse con un economista de San Isidro. Por lo tanto, Julián comenzó a radicalizar su discurso.

-"El perro con cabeza de humano y cuerpo de humano" es una novela de denuncia a la nefasta década del noventa, en la que nos quisieron vender un país que no era. –En el momento de la debacle del 2001, sintió que había encontrado el tono exacto para su libro. Tenía que dar cuenta de la realidad.

Conoció a su vecina del 16 G durante una asamblea barrial. Los dos pertenecían a la comisión de Cultura. Salieron cuatro meses hasta que ella lo dejó y se fue a vivir a España con el dinero que pudo recuperar del banco.

Un perro no se pregunta por qué es perro. Julián tampoco se preguntaba qué había detrás ese título ingenioso que se le había ocurrido hace diez años. Estaba decidido a seguir hasta las últimas consecuencias.

Taller de radio. Yoga. Vitraux. Curso de narración oral. Tango. Magia. Escuela de documentales. Militancia en el PCR. Julián tiene la constancia y la dedicación necesaria para ilusionarse cada dos meses aproximadamente. Como los perros, está dispuesto a insistir hasta conseguir lo que quiere. La semana pasada le comentó a sus compañeros de la librería que va a dedicar a leer El Quijote. Dice que le servirá para aprender la estructura de la novela clásica.

Alguien apostó a que no llega a la página 20.

sábado, junio 25, 2005 

Finales

Es difícil poner un punto a las cosas. Que lo digan sino los que no saben irse de un lugar. Los invitás a comer a tu casa y cuando son las doce de la noche agarran la campera y saludan a todo el mundo. Les abrís la puerta y ahí nomás te largan su problema existencial. Entonces uno debe escuchar su conflicto de vida o muerte en plena calle, cagado de frío, durante hora, hora y media. ¿Por qué no hablan antes? ¿Por qué esperan siempre a último momento?

Esa gente, por lo general, tampoco sabe terminar con el amor. Suele debatirse en eternas charlas acerca del nosotros, de la pareja, del te quiero pero, del te juro que voy a cambiar, del no sé qué me pasa, del todo va a ser muy diferente, del estoy solo, del te extraño. Ellos no dicen me separé, sino me estoy separando. Viven en crisis y añoran épocas en las que se quejaban tanto o más que ahora. Después de un tiempo, llega el día en el que deciden hacer terapia. Por suerte, gracias a Dios y a Freud, las cosas cambian y se los ve mejor. El problema, por supuesto, reaparece cuando quieren dejar al analista. ¿Cómo le digo? ¿Le dejo en claro que es una decisión tomada o abro un espacio para la discusión? Y la rueda vuelve a girar.

Los finales son momentos difíciles. Un mal final puede arruinar una buena obra. Como las películas hollywoodenses y sus previsibles remates. El protagonista parece que resuelve la situación, pero no: el malo reaparece una y otra vez, hasta que lo matan del todo y el muchachito se va con la chica, hacen un chiste tonto, música y títulos. Esos finales son asquerosos. Aunque peores son los de las películas asiáticas, donde están media hora callados y de repente uno le dice a otro: ”alcanzame la botella de agua”. Y ahí termina, eso es todo. Cuestión que uno tenga que pensar qué carajo quisieron decir.

Las fiestas también concluyen penosamente. Se puede notar la ausencia de una alegría que nunca fue del todo, escuchar el eco de conversaciones repetidas, chistes viejos, las mismas caras, la misma música. Es posible encontrar botellas vacías y personas vaciadas. Y lo más triste son las parejitas, que contrastan con el desencuentro del resto. Vendrían a ser como el infeliz que vive a la vuelta de tu casa y se gana la lotería. Para matarse.

Hay finales siniestros. Un día llegás al trabajo y no te dejan entrar. Otro, descubrís una traición. O alcanzás la desesperación, el dolor profundo. La agonía, sin dudas, es el peor final posible, macabro y horroroso. Pero hay finales felices y finales que te dejan pensando. Hay finales a toda orquesta y finales silenciosos. Hay finales con tres puntos y finales definitivos. A mi me gustan que tengan naturalidad. Que las cosas fluyan. Que no haya que forzarlos, que se den solos, que tengan vida propia.

En fin.

lunes, junio 20, 2005 

El amor en guerra

Un par de textos más abajo discutíamos sobre las estrategias que se suelen emplear para la conquista amorosa. La mayoría de los comentaristas se manifestaba en contra de las tácticas y los movimientos planificados; sostenían que lo mejor es ”dejarse llevar” o algo por el estilo.

Quiero dejar en claro mi abierto repudio hacia esa postura.

Una bonita casa con jardín no se podría construir sin los planos de un arquitecto. Y una relación íntima no se alcanza sin un mínimo de planificación.

Los enamorados todo el tiempo elaboran intrigas en sus cabezas, analizan detalles triviales, gestos, frases dichas por la mitad. Ensayan frente al espejo. Memorizan guiones que luego olvidan y se lamentan por las respuestas filosas que no se atrevieron a esgrimir.
La mayoría de las veces sus movimientos fracasan. Y en otras ocasiones suelen ignorar cómo lograron el triunfo. Sin embargo, siempre utilizan planteos tácticos para alcanzar el objetivo.

De tanto escuchar que en la guerra como en el amor todo vale; se me ocurrió que se podrían aplicar las estrategias militares para entender las estrategias del amor. Para eso compré un librito maravilloso titulado ”El arte de la guerra” del chino Sun Tzu y confirmé mi hipótesis.

A continuación extractos del libro junto a unos pequeños comentarios.

"Toda guerra se basa en el engaño. Por ende, cuando esté en condiciones de atacar, finja incapacidad. Cuando realice movimientos de tropas, finja inactividad. Cuando esté cerca del enemigo, hágale creer que está muy lejos. Cuando esté lejos, hágale creer que está cerca. Disponga de señuelos para despistar al enemigo.”

La guerra del amor también se basa en el engaño. Las discotecas están repletas de gente que supuestamente va a ”bailar”. Miles de compañeros de facultad en todo el mundo simulan encontrarse para ”estudiar”. Pocos hombres se acercan a las damas preguntándoles como primer paso: ”¿querés acostarte conmigo?”. Siempre inventan alguna excusa para llegar a ese punto.

"En una guerra, una victoria rápida es el objetivo principal. Si tarda en llegar, las armas se desafilan y la moral de combate se deprime. Someter al enemigo sin luchar es la suprema excelencia.”

Hay gente que piensa que llegar a la conquista luego de un combate prolongado estimula una relación duradera y muy satisfactoria. Nada más errado. Los levantes complicados y retorcidos suelen ser prólogos de relaciones breves o tormentosas.

"El arte de usar las tropas para la guerra es éste: cuando esté en una proporción de diez a uno con el enemigo, rodéalo. Cuando tenga una fuerza cinco veces superior, atácalo. Si duplica su fuerza, divídalo. Si está en paridad de fuerzas, puede empeñar el combate con él si dispone de algún buen plan. Si es numéricamente más débil, debe ser capaz de retirarse.”

"Conoce al enemigo y conócete a ti mismo; en cien batallas no serás nunca derrotado. Cuando seas ignorante acerca del enemigo pero te conozcas a ti mismo, tus chances de ganar o perder son iguales. Si lo ignoras todo acerca de tu enemigo y de ti mismo, tienes la seguridad de ser derrotado en cada batalla".

Estos puntos son fundamentales para jugar a la guerra del amor. Nada es imposible. Sólo hay que estar preparado. Todos los días nos sorprendemos con parejas extrañísimas que se suelen formar y le echamos la culpa al dinero que él posee o a la mentada Ley del Embudo (La más linda junto al más b...).

Sin embargo, en la trastienda de esa unión hay un hombre que estudió sus limitaciones y sus potenciales, analizó los puntos vulnerables de su contendiente, eligió una táctica y elaboró una estrategia para desarrollarla. Luego, cuando llegó el momento clave, atacó sin miramientos y se dispuso a ocupar el territorio enemigo. Si ese hombre se hubiera ”dejado llevar”, hoy no caminaría sonriente junto a una morocha de pechos grandes.


En definitiva, el amor es guerra. Y ya va siendo hora de que reconozcamos que vivimos en combate permanente.

lunes, junio 13, 2005 

El grupo

Siempre hay una fiesta, un cumpleaños, una reunión en lo de alguien. Y ahí están ellos para odiarse en secreto. Tienen veintilargos, treinta y pico, cuarenta y tantos. Son los primeros en abrazarte cuando estás borracho y los que se encargan de hacer notar tu fracaso, tu patetismo, tu poca gracia. Compran cervezas, fuman de la buena, bailan aparatosamente cuando llega el momento de ”esa” canción. Después vendrán los chismes y las confesiones. Alguien contará que una vez pagó un aborto y otro hará una broma para salir del paso. Pedirán un brindis, sonará el timbre y todo volverá a la normalidad.

Se vanaglorian de seguir siendo los mismos, de no aburguesarse. Gastan energías en ser jóvenes y bonitos: rara vez lo consiguen. Esgimen un reproche para los que faltaron a la convocatoria. De todas formas, cada tanto se les une alguien nuevo al que reciben a los gritos.

Cierta morocha suele mostrarse excesivamente cariñosa y otro pretende pelearse a las trompadas. Saben que al día siguiente el alcohol funcionará como un gran pretexto. Más allá de eso, lo de siempre: criticar al jefe, sacar fotos idénticas unas a otras, dejar que se cuele la bronca acumulado. Gesticular, ser espontaneos, brindar por éxitos futuros. A medida que pasa la noche te vas sintiéndo miserable. Encontrás una botella de algo fuerte y te empeñás en terminarla. Intentás sentirte un espectador pero sabés que sos parte del show.

A las cinco de la mañana, una madre despierta al chico que dormía en la habitación de al lado. Llegó el radio taxi. En menos de diez minutos se irán todos.

Sólo quedarán botellas en el suelo y colillas de cigarrillos.

Nada más.

jueves, junio 09, 2005 

Apenas un delincuente

Cada vez que salgo del país, me surge el mismo problema. Tengo que llenar un formulario y decir cuál es mi profesión. Y no sé qué poner. No sé cuál es mi oficio. Si periodista, empleado, guionista, trabajador, oficinista o qué. Es un grave inconveniente. Algunos pueden decir que es una crisis de identidad. En realidad, esto que conté es una mentira, porque nunca salgo del país, pero estoy esperando que eso suceda para que mi crisis tenga un costado elegante. Las dudas de identidad de los que viajan por negocios son mucho más importante que las de los pobres diablos que tienen cuarenta minutos para almorzar un sandwich frente a la computadora.

En fin. Supongamos que tengo que viajar a Madrid para cerrar un acuerdo importante. Y el tipo de Migraciones me pregunta qué soy, qué hago, de qué vivo. En ese momento, balbucearé que soy un hombre. Y no sabré qué más decirle al empleado de gesto adusto y bigote implacable.

No puedo decir que tenga una profesión. Las profesiones son las que profesan los profesionales. Yo no profeso nada. Hago lo que puedo. Tampoco tengo un oficio. Los oficios son para los oficiales. Y por mi parte, soy mucho más clandestino que oficial.

Licenciado en comercio exterior, analista de sistemas, ingeniero hidráulico, experto en Marketing, licenciado en comercialización, empleado administrativo, cerrajero, ebanista, Maestro Mayor de Obras. ¿Qué es la comercialización? ¿Qué sistemas analizan los licenciados? ¿Qué es el Marketing? ¿Qué hacen los licenciados en Turismo? ¿De qué viven los técnicos en laboratorio?

Empiezo a sospechar que todo es una gran mentira. Imaginemos que un día todos intercambiamos lugares en la gran ensalada del mundo. Supongamos que a mi me toque ser médico, al enfermo le toque ser almacenero, al almacenero, gerente de marketing. Al gerente de marketing, albañil. ¿Cuánto tardaría la sociedad en acomodarse?

Creo que en menos de dos años, ya estaría el mundo funcionando como antes. Aquellos que no puedan adaptarse a sus nuevas funciones, se convertirían en los nuevos desocupados. A lo sumo, habría menos médicos idóneos y los puentes que construyeran los nuevos ingenieros se caerían irremediablemente. Pero tampoco sería tan grave. De hecho, hoy en día hay miles de médicos que no cumplen. Y los puentes...bah, ya ni se construyen puentes.

En conclusión si todos intercambiaramos los roles, el mundo seguiría andando. El título, la profesión, el diploma colgando en el despacho no son más que coartadas para engañar al mundo. Somos impostores. Y lo sabemos muy bien. Por eso, en mi futuro viaje de negocios, ya sé que le voy a contestar al hombre de bigotes de migraciones. Cuando me mire e interesado lea el papel que dejaré en sus manos, verá que esa persona que embarca para llegar a Barajas, será simplemente un ”delincuente”.

lunes, junio 06, 2005 

Kasparov del amor

A primera vista parece un tipo como cualquiera de nosotros. No tiene ojos de afiche publicitario, ni músculos esculpidos en un laboratorio, ni mucho menos una billetera capaz de suplir defectos y achaques. Su punto de inicio es igual al del noventa y nueve por ciento de los hombres. Sin embargo, él consigue lo que todos quisiéramos. Con sólo proponérselo, puede llevar a la cama a la mejor hembra.

Me temo que no le va a gustar el texto. Es un homenaje, pero también, necesariamente, una traición. Voy a revelar secretos importantes y me imagino que no le caerá muy simpático.

El mote con el que se lo conoce es certero. Como el gran ajedrecista ruso, está cinco movimientos adelantado durante cualquier partida con una señorita. Cuándo ellas le dicen hola, él ya sabe qué pasará dentro de dos semanas. Para lograr eso –dice- tuvo que sufrir incontables fracasos que lo dejaron al borde de la locura.

Pero ahora fuma, sonríe, guiña un ojo: disfruta de su corona. Es el campeón del deporte más apasionante del mundo. Y lleva su título con elegancia y discreción. Nunca miente. Sabe que los engaños funcionan perfecto para una noche, pero luego terminan cerrando valiosas puertas. Uno de los grandes méritos del Kasparov del amor es su capacidad de acumulación. Siempre se las ingenia para que sus mujeres no sean flores de un solo día.

-La clave radica en establecer jerarquías. –me explica a desgano mientras trabaja detrás de una máquina repleta de perillas – Hay chicas a las que sólo se las puede llamar los miércoles o jueves, para que crean que fueron elegidas especialmente. Ellas no están para sacarte de un apuro.

Una de las figuras fundamentales en su vida es Juan Domingo Perón. Del líder justicialista aprendió a construir discursos que se pueden interpretar de distintas formas, según desde qué lugar esté parado el receptor. Kasparov toca la guitarra y compone canciones de amor peronista. Es decir, cada una de sus mujeres cree que él escribió esos temas pensando en ellas.

Y en cierta forma es así. Él piensa en una y en todas al mismo tiempo.

La parte por el todo, dirían los semiólogos.

Otra de las brillantes creaciones de este hombrecito que se gana la vida como sonidista fue el mundialmente famoso Esquema de los siete fernets. Para que se cumpla ese postulado un hombre y una mujer deben hallarse enfrentados por una mesa. Siete vasos de la conocida bebida alcohólica estarán sobre el mueble y se distribuirán equitativamente de forma tal que se arribe a una relación amorosa.

Si la dama es una presa de belleza inescrutable, el hombre intentará que sea ella la consumidora de las siete copas. De esa manera, estará borracha y caerá rendida al amor. A medida que la calidad de la hembra vaya decreciendo, los fernets cambiarán de mano, hasta un punto en el que el caballero deberá beber todo el alcohol posible para darse coraje.

Kasparov, como todos los grandes triunfadores, se destaca por obsesivo y apasionado en lo que hace. Es capaz, por ejemplo, de anotar con circulitos en su agenda la fecha de la regla de todas las mujeres a las que suele cortejar. Esos datos le proporcionan la información necesaria para marcar un cronograma de encuentros.

-Lo ideal –dice el Gran Maestro- es llamarlas dos veces al mes. Una, pocos días antes de que llegue su periodo. Y otra, más tarde, cuando viene el momento de la ovulación. -Si los llamados son precisos, ellas estarán en el punto justo para aceptar el convite, me explica.

Reducir la importancia del azar a la mínima expresión es el objetivo de este hombre. Para eso estudia movimientos y partidas, contempla a las mujeres que caminan por la calle, a las que salen del subte, a las que hacen la fila en el supermercado. Las observa en detalle, las analiza, las espía si es necesario. Entiende a las rivales para poder doblegarlas. Piensa como ellas. Respira como ellas. Sufre como ellas. Finalmente urde un plan. En base a su poder combinatorio de táctica, establece con claridad los movimientos para dar Jaque Mate.

Nunca falla.

miércoles, junio 01, 2005 

Una pareja moderna

Era insostenible. Peleas a los gritos, insultos y esas cosas. Tenían que separarse. Sería lo mejor para ellos y para los chicos. Él se fue a una pensión y se puso a buscar un departamentito. Su cuñado lo ayudaría con la garantía para el alquiler. El problema era que en el trabajo todo venía para mal. Despidos, suspensiones, mal clima. Cuando le bajaron el sueldo comprendió que tenía que replantear el tema. Con esa plata era imposible mantener una casa y pagar una cuota de alimentos. Entonces volvió y propuso un pacto.

Ella dormiría en la habitación de la nena. Él llegaría lo más tarde posible, cuestión de no cruzarse. Pactaron, también, que no se dirigirían la palabra. El convenio no era “hasta que la muerte los separe”, sino “hasta que repunte un poco la cosa”.

Claro que no imaginaron que a él le llegaría otra rebaja y a ella un despido y una indemnización que todavía no pudo cobrar. Pasaron casi dos años. Un día volvieron a hablarse y ahora parecen un matrimonio normal. Eso sí, siguen durmiendo en camas separadas

lunes, mayo 30, 2005 

Viaje y despedida

Antes los taxistas eran personajes románticos. Insobornables psicólogos urbanos que escuchaban cientos de historias por día y se reservaban un espacio para protagonizar sus hazañas. Pero las cosas cambiaron. Ahora los pasajeros se convirtieron en terapeutas.

Sábado a la noche. Subo a un coche en Juan B. Justo y Avenida San Martín. El tipo me dice que ya se estaba por ir a la casa, pero que aguantó para ver si agarraba algún viajecito más. “Tenés suerte. Voy a Belgrano”, le contesto. Encara derecho hasta Córdoba y me cuenta que, en realidad, no tenía ganas de volver, que ya no soporta a la mujer, que no ve la hora de separarse, pero viste lo difícil que está todo, además los pibes, qué sé yo. No alcanzo a decirle nada, sigue largando el rollo.

Los hijos tienen seis y ocho años. El dolor de espalda lo está matando. Parece que la esposa es una basura. “No sabés cómo me hincha. Me rompo doce horas acá sentado y después ella viene a verduguearme”.

Álvarez Thomas, Elcano, Cabildo. Antes de llegar se da vuelta peligrosamente y me mira. “Te digo una cosa, pibe”. No debe tener más de cuarenta y cinco, pero parece de sesenta. Canoso, barba de dos días, voz ronca. “¿Sabés qué? No vuelvo más. Lástima los pibes, pero ella se lo buscó. Que se arregle con la casa, se la regalo. Esto no es vida”

Llegamos. Son siete con setenta. Le pago con diez. Me da dos pesos. No tiene monedas.

lunes, mayo 23, 2005 

Teoría de la alfajorización

Los directivos de las grandes empresas saben perfectamente cuáles son nuestros deseos. En sus ordenadores poseen carpetas enormes dónde archivan los sueños y ambiciones de toda la población. Conocen al detalle costumbres y secretos de cada uno de nosotros. Los directivos de las grandes empresas son poderosos y manejan el mundo a su antojo. Esconden siniestros planes para aniquilarnos. Y cada vez están más cerca de conseguirlo.

Su forma de destruir no es el ataque frontal, sino la acción psicológica sobre el adversario. Bombardeos que actúan como generadores de atracción. Los directivos de las grandes empresas saben que la mejor forma de matar a la vaca es lograr que vaya solita al matadero. ¿Acaso no estamos en este planeta por culpa de uno que cayó en la tentación de probar aquella maldita manzana?

Todavía no nos dimos cuenta –y tal vez ya sea demasiado tarde-, pero los poderosos decidieron qué es lo que vamos a comer en el futuro. Muy pronto, nuestra alimentación se basará únicamente en alfajores. Todas las comidas se irán reduciendo hasta convertise en pequeñas esferas achatadas de tres capas. Mi discurso puede sonar paranoíco, pero sé de lo que hablo. Los científicos que trabajan para los villanos decidieron que el producto que mejor identifica a los argentinos es el alfajor. Sabemos que nació como un derivado de aquellos pastelitos que vendían las negras en la Revolución de Mayo. Y que luego fue tomando impulso con el auge del turismo a Mar del Plata durante la época de gloria del peronismo, gracias a la tradicional casa ”Havanna”.

Los empresarios convirtieron al alfajor un arma de guerra y después comenzaron a atacarnos para que sintamos deseo sobre él. Primero, inventaron los alfajores triples. Por el mismo precio, le agregaron una capa más de masa y otra de dulce. Para qué cambiar un producto tan arraigado, se habrán preguntado algunos. Pero todo tenía sentido en la lógica perversa de los dominadores. El concepto que seguían era que, al tener una dimensión mayor, cualquier alimento se podría alfajorizar.

Y eso están haciendo en este momento.

Todas las golosinas, con sus particularidades, sus detalles nimios y sus toques exóticos, se fueron convirtiendo en alfajor. Ahí vemos los chocolates Shot, Toffi, Milka y Milkybar, los bocaditos Bon o Bon y Cabsha, las galletitas Oreo, Sonrisas, Pepitos y Melba. El yogur Ser se convirtió en un increíble alfajor Light. Hay un alfajores con gusto a bizcochuelo, a lemon pie, con frutilla y crema. Y ya están planeando otros con gusto a chicle de menta y a caramelos masticables.

Las golosinas que no se adaptan al cambio desaparecen. ¿Alguien se acuerda del Tubby, de los Topolinos, de las Vaquitas o de las Mielcitas? Todas cayeron por culpa de la alfajorización del país.

Los empresarios saben lo que hacen. Sus avances son graduales. Primero imponen un producto en un sector del mercado. Más tarde, atacan hasta conseguir el dominio total. Muy pronto, veremos alfajores con gusto a milanesa, a choripán, a guiso de lentejas. Al principio sonará como una excentricidad, pero cuando nos querramos dar cuenta, toda nuestra alimentación estará regida por tres capas de masa.

Este es un llamado de atención para todos los argentinos. Es hora de que nos demos cuenta de qué país le estamos dejando a nuestros hijos. Todavía estamos a tiempo de cambiar. No permitamos que nos alfajoricen el futuro.

jueves, mayo 19, 2005 

Mis amigos mitómanos

Pizza en Guerrín con J y N. Me gusta conversar con ellos porque viven en mundos muy lejanos al mío.

J, con la vista fija en el celular, cuenta que Ricardo (Darín) lo llama todos los días para pedirle que escriba el guión de una película. No sabe si aceptar. Además, la semana pasada fue a comer con Adrián (Caetano) y también hay un proyecto dando vueltas. Al pasar, dice que pintó algo con Dolores (Fonzi). Parece que ella está enganchada, pero para él la cosa no da.

Pido otra cerveza.

A su turno, L habla de su último Panic Attack y confiesa que quiere largar todo. Necesita bajar un cambio si desea seguir con vida. Anduvo averiguando para comprar una casa en el campo. Está dispuesto a desarmar la oficina y empezar una vida nueva, conectado con la naturaleza y con todo lo que le gusta. Suena el teléfono.

Llega el café.

Antes de irnos alguien pregunta.

-¿Y vos? ¿En qué andás?

Entonces, suspiro, juego con la cucharita y digo:

-Nada. En lo de siempre.

Y después me voy, pensando en el textito que escribiré sobre ellos.

miércoles, mayo 18, 2005 

Almazen

Un amigo interesado en el mundo zen me solicita que escriba acerca de la imagen borrosa de un caballo corriendo. No sé cómo es aquel retrato y tampoco me interesa. Tengo cuestiones más importantes para resolver. Por ejemplo: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Dios existe? ¿Por qué las mujeres siempre van de a dos al baño? ¿Por qué los perros mueven la cola cuando están contentos? ¿Somos el centro del universo o pequeñas partículas dentro de un cosmos inconmensurable? En una red de pesca: ¿qué son más importantes: los nudos o los agujeros?

Poseo una larguísima lista de interrogantes sin aclarar y me piden que hable acerca del significado de un equino deslizándose ante una mirada miope. No me imagino ni remotamente qué significa eso. Sólo puedo recordar una historia que me contó el chino del mercadito, que tal vez no tenga nada que ver con lo que me reclaman, pero que igual es interesante.

Wong Kung era el dueño de un pequeño mercado de ramos generales en un pueblo cercano a Okinawa a principios del siglo XX.. Allí paraban a comprar provisiones los viajeros en tránsito. Dejaban sus caballos en la puerta y entraban a buscar cigarrillos, comida y a conversar un rato antes de emprender el último tramo del viaje. Wong Kung era un hombre de pocas palabras, pero había aprendido a satisfacer a sus clientes que tenían necesidad de comunicarse. Podía hablar del béisbol, del clima y de las últimas medidas del emperador. Nunca se atrevía a cruzar la frontera de la trivialidad.

Sin embargo, una vez entró un hombre raro a su local. Sonreía y los ojos le brillaban redondos. Pidió un té, lo miró fijo y luego preguntó: “¿Cuál es el sentido de la vida?”

Wong Kung, hábilmente, le respondió: ”Si lo supiera no estaría aquí en este negocio de mala muerte”. El hombre bebió la infusión y arremetió sin perder la sonrisa: “Tú sabes perfectamente de qué se trata el misterio de la existencia. Sólo tienes que agudizar tu vista. ¿Reconoces al caballo que está allí afuera? Cuando lo puedas divisar nítidamente, sabrás para qué estamos en este mundo”.

El cliente desapareció y el comerciante quedó absorto, mientras intentaba adivinar la imagen borrosa del equino. La figura del extraño visitante se recortaba nítida sobre el animal fuera de foco.

“La verdad del secreto de la existencia la tienen los caballos”, pensó Wong Kung, mientras comentaba la enfermedad del emperador con un cliente. Días más tarde cerró el negocio, viajó a Tokio y amasó una pequeña fortuna como corredor de bolsa.

Cuando me mudé perdí el rastro de Omar, el chino del mercadito. Sé que estudiaba reiki y yoga y que tenía conocimientos de budismo. Tal vez esta historia esté inspirada en alguna reflexión zen. O quizás únicamente me la contó para hablar de alguna trivialidad, tal como hacía Wong Kung con sus clientes. Por lo pronto sigo sin saber por qué las mujeres van de a dos al baño.

domingo, mayo 15, 2005 

Carta a un futuro escritor

Antes de que escribas una palabra, piensa en tu nombre. Si te llamas Pablo García o Juan Domínguez olvida de inmediato la idea publicar lo que sea. Recuerda que los libros son mercancías y los autores, marcas. Por lo tanto, llamarse Domínguez o Fernández sólo te servirá para pelear como un artículo de tercera selección en esos grandes supermercados que se han convertido las librerías. En cambio, si tu nombre se parece al de un personaje de telenovela, como por ejemplo, Alexis Vidallé Thomson, el camino será más fácil.

¿Piensas que ya estás listo para lanzarte a la aventura? Pues ni se te ocurra elaborar una oración unimembre sin escoger una buena leyenda que sirva de explicación a tu fama. Recuerda que todos los grandes autores tienen un subtitulo que los acompaña hasta la eternidad. Podemos citar a Rimbaud que dejó la escritura a los 19 años y se hizo traficante de esclavos. O a Cervantes porque era manco y escribió El Quijote en la cárcel. A Oscar Wilde le gustaban los hombres. Borges era ciego, viejo y conservador. Sabato defendió los derechos humanos. A Bioy Casares le bastó con ser amigo de Borges.

Así que búscate una buena excusa para ser recordado. Si ya la tienes, puedes pasar a la fase posterior: hacerte conocido. Para eso, procura figurar en cuanta solicitada de intelectuales o artistas se vea en los periódicos. No importa que todavía no hayas publicado siquiera un microcuento, la clave es tu nombre sea visible. Si apareces entre las primeras cinco firmas, habrás conseguido el objetivo. Entre el sexto y el décimo quinto puesto irás camino a la fama. En cambio, si estás a la cola, cuando los apellidos suelen confundirse, entonces, deberás replantear la estrategia y buscar un camino radical.

En ese caso, elige a un peso pesado como oponente y dedícate a insultarlo de todas las formas posibles y en todos los idiomas. En el momento en el que los medios de comunicación piquen el anzuelo, tú ya formarás parte del elenco estable de la literatura nacional.

Una vez que lograste superar el escollo de la notoriedad, debes escribir con rapidez tu primer libro. Es importante que no te demores en esta actividad porque sino se pasará tu cuarto de hora. Por lo tanto, concentra tus esfuerzos en lograr un contrato con una poderosa editorial. Allí te brindarán el servicio de numerosos correctores y editores que pulirán el material que hayas presentado y escribirán lo que haga falta.

Otro detalle que no deberías descuidar es la apariencia en la foto de la contratapa del libro. Los expertos recomiendan una leve inclinación de la cabeza hacia la izquierda y que se coloque el dedo índice de la mano derecha sobre el mentón. De esa manera, se acentúa el talante reflexivo y agudo del autor de marras.
Si piensas que una vez que el volumen salió de la imprenta, tu tarea ha terminado, te equivocas de cabo a rabo. Ahora viene la tarea más difícil: enfrentarte a la prensa.

En las entrevistas debes confesar que te costó mucho trabajo terminar el libro y que demoraste casi diez años en ponerle punto final. La reflexión que surgirá de inmediato es que algo que demandó tanto tiempo, necesariamente debe ser interesante.

Cuando te pregunten por tu música preferida di que te gusta el jazz o la ópera. El folklore o la canción romántica no suelen ser bien vistos en esos cenáculos. Tampoco olvides citar nombres de bares que ya no existen. De esa manera, pensarán que tienes muchísimas vivencias en tu haber y que éstas se reflejan en tu obra.

Otro punto fundamental son los autores con los que habrás de referenciarte. Elige uno o dos escritores en la Bolsa de Comercio de la letras y apuesta a que tu nombre quede pegado al de ellos. Por ejemplo, hoy en día las acciones de Witold Gombrowicz están subiendo. Si gastas tu capital en ellas, es probable que la semana que viene caigan a pique y lo pierdas todo. En cambio, es recomendable adquirir papeles de escritores muertos que ya olvidados y trabajar para su reivindicación. Esos bonos cotizan muy bajo y dan ganancias suculentas. Otra operación posible es jugarse por autores desprestigiados como Jorge Bucay o Paulo Coelho. Si logras que suban algunos puntos, habrás amasado una pequeña fortuna.

¿Estás ansioso por la fama? No te preocupes, cada vez estamos más cerca del objetivo. Ahora sólo nos resta que consigas un puesto en una universidad extranjera. Sería preferible que la institución tenga sede en Francia o Estados Unidos, pero si se encuentra en España, Portugal, Guatemala o Asunción del Paraguay, no habrá problemas. El punto es que sea lejos de la avenida Corrientes para que puedas eludir posibles ataques. Si te ven caminando o tomando un café en un bar podrían ensuciar tu nombre.

Ahora sí, ya estás listo para ser un escritor famoso. No olvides cumplir al pie de la letra cada uno de estos consejos y recuerda lo que dijo Hemingway: se necesita el uno por ciento de inspiración y el noventa y nueve por ciento de transpiración.

A transpirar se ha dicho, entonces.

jueves, mayo 12, 2005 

Los alfonsinistas

Cuando llega la noche, los alfonsinistas dejan las máquinas de escribir y salen a pasear en bicicleta. No temen a la oscuridad, pero por las dudas, suelen charlar mientras pedalean. Nunca gritan ni se apasionan demasiado, incluso a veces casi no llegan a escucharse. De todas formas les gusta saber que se pueden cuidar unos a otros. La ciudad repleta de ciclistas devuelve una imagen muy democrática que todos saben apreciar. Una hora más tarde, ellos vuelven a sus casas, se acuestan y sueñan con autopistas informáticas.

Al despertar, preparan los primeros mates y abren las ventanas para que entre el sol. En Alfonsinlandia siempre es primavera. Luego de la ducha, sus habitantes se emparejan los bigotes y escriben el informe del día, que contendrá no menos de doscientas palabras esdrújulas como, por ejemplo, ”sistemático”. Una vez listo el trabajo lo entregan en la oficina del coordinador. Allí, mientras esperan ser atendidos, de tanto en tanto organizan excursiones para visitar a La Mujer que Adivina el Pasado en el Monte de Caballito.

La Mujer que Adivina el Pasado es una señora mayor que oculta su mostacho con un velo y cubre su cabellera con un delicado turbante blanco. Muchos hombres le pagan grandes sumas para que les revele cómo fue la vida veinte años atrás. Eso genera no pocos conflictos con las esposas no alfonsinistas radicadas en la ciudad. Ellas piensan que sería mejor negocio preguntar sobre lo que pasará en el mañana. Ante los reclamos, los hombres simplemente repiten las palabras de la señora del velo:

-Conocer el futuro es cosa del pasado. Ahora lo importante es adivinar aquello que ya se vivió.

Las damas nunca terminan de comprender esas frases y dejan que sus maridos hagan lo que quieran con tal de que no molesten. Creen que no hay nada más triste que un alfonsinista deprimido.

Sin embargo, cada vez que vuelven de las excursiones, comienzan los problemas. Ellos se reúnen en las plazas para cantar y celebrar hasta el amanecer. Nadie se atreve a decirles nada. Saben que luego vendrá la recaída y que no aparecerán por las calles durante largos meses. Las mujeres, entonces, oficiarán un rol clave durante esos momentos, en los que algunos apenas si se bañarán y otros sólo se permitirán balbucear el preámbulo de la Constitución.

Las señoras mantendrán el orden de la casa y completarán todos los informes que sean necesarios para sobrevivir. No tendrán empacho en ensuciarse las manos con sangre de gallina ni tampoco dudarán cuando tengan que escupir en la vereda.

Saben que tarde o temprano los alfonsinistas se recuperarán y tomarán sus bicicletas y el mundo nuevamente albergará un lugar plural y democrático en donde reine la paz.

martes, mayo 10, 2005 

Conocer gente

Una de mis actividades preferidas es conocer gente en reuniones y cumpleaños. Mientras que muchos desperdician el tiempo con las mismas caras, yo aprovecho esas ocasiones para rodearme de nuevos mundos. La tarea no es sencilla, incluso muchas veces puede ser agotadora. Sin embargo, no hay nada más gratificante que volver a casa luego de que todo haya salido tal cual lo planeado.

Lo ideal es llegar a la cita un rato más tarde de los previsto, cuando todos estén acomodados en sus lugares. No conviene exagerar, de lo contrario habrá muchos borrachos y se achicará el margen de acción.

El primer momento es crucial. Apenas se traspasa la puerta hay que enfrentarse a lo desconocido. Los cobardes se amilanan, levantan la manito y lanzan un estúpido y edulcorado ”hola” general, yo, en cambio, me tomo el trabajo de saludar uno por uno a todos los presentes.

-¿Qué tal? Fernando –digo.
-Romina –me responden.
-Hola. Soy Fernando –insisto.
-Juan Carlos –contesta uno con cara de novio.
-Fernando.
-Brenda –siempre hay un nombre raro.
-Hola. Fernando.
-Pablo.
-¿Cómo va? Soy Fernando.
-Lucila –responde ¿O dijo Lucia?

Y así sigo en la batalla hasta que no quede ni una persona sin mi saludo. Luego lo importante será recordar cada nombre. Nunca se sabe para dónde puede disparar una situación. Por eso, mientras me sirvo el primer vaso de cerveza, suelo repetir mentalmente: Romina, Juan Carlos, Brenda, Pablo, Lucía, Nicolás, Augusto, Victoria, Macarena, etc, etc, etc.

Parece una estupidez, pero ese proceso es muy importante. Hay miles de casos de hombres que se perdieron un tesoro sólo por atreverse a preguntar en medio de una conversación que iba subiendo de temperatura:

-Disculpame, ¿cómo era que te llamabas?

Las mujeres, cuando escuchan eso, inevitablemente se empacan y vuelven todo a foja cero. Así que lo recomendable es estar siempre alerta.

Después de intercambiar algunas palabras con el anfitrión, llegará el momento de elegir un lugar donde sentarse. Yo suelo utilizar un método que nunca falla. Escucho a alguien que está hablando y lo interrumpo en la mitad de una frase:

-¿Vos trabajás en una empresa de seguros?
-Ah... ¿leíste Pubis angelical? Es brillante
-Las mujeres hacen lo mismo
-No jodan: Menem y Kirchner son iguales

Cuando la persona contesta de buen ánimo, ahí busco una silla y me incorporo a la discusión. Ya tengo la mitad del triunfo en mis manos. Una vez que la cosa avanza dejo caer al pasar un dato íntimo para generar curiosidad en el ambiente.

-Cuando estuve en Malvinas me comentaron que...
-Un tumor siempre es bravo. Yo de eso puedo hablar porque sé lo que es vivirlo.

Es muy fácil generar conversaciones. Más complicado, por supuesto, me resulta establecer si esas personas me cayeron bien o no. Para resolver el dilema cuento con un arma imbatible que consiste en relacionar a la gente según su aspecto físico antes de juzgar.

Me explico. Si el hombre con el que estoy charlando tiene cierto parecido físico con algún viejo amigo mío, inmediatamente buscaré complicidad con él. En cambio, si otra persona tiene rasgos en común con alguien a quién yo se la había jurado, bueno, entonces mejor que se prepare.


Conocer gente no es nada complicado. Sólo hay que estar dispuesto a abrir ventanas de otros mundos. Eso sí, hay que ser cuidadoso. A veces, como sucede con las computadoras, abrir demasiadas ventanas al mismo tiempo puede causar problemas.

domingo, mayo 08, 2005 

Menú porteño

Te llamo en la semana/ Nunca me había sentido así/ Sólo somos amigos/ Son todos iguales/ Son todas putas/ ¿Me convidás un cigarrillo?/ No me vino/ Se me paró/ Nos casamos/ Estoy rehaciendo mi vida/ Vos me buscaste/ Nos estamos conociendo/ Estuve con mucho laburo/ Estoy indispuesta/ Pegame/ Estábamos borrachos/ Te quiero como amigo/ Te alcanzo con el auto/ ¿Soy linda? / Estoy mal/ Yo quiero vestido blanco/ Fue amor a primera vista/ Sos una reprimida/ Yo no soy una cualquiera/ Tenemos que hablar/ ¿Me querés?/ Falló la comunicación/ Nos vemos cuando tenemos ganas/ A mi me gustan los feos/ Te llamé y no estabas/¿De qué signo sos? / Me estoy separando/

jueves, mayo 05, 2005 

Cofradía del reproche

No les gusta andar por ahí anunciándose como reprochadores, qué va, ellos prefieren la sutileza para dar a conocer su obra al mundo. ¿Quién? ¿Yo? Estás muy equivocado. Demasiado esfuerzo hago para que vengas con esas cosas. Entonces, cuando parece que las aguas se aquietan, callan por un instante y, de repente, miran con cierta carita y de sobrepique escupen alguna que tenían guardada. La dicen rápido, como quien se saca un peso de encima. Después resoplan. A los cofrades del reproche les encanta resoplar. Buff. Buff. Buff. Y en cada resoplido van impregnando el aire con sus demandas.

Los reprochadores porteños miran para atrás y comprenden que las cosas podrían haber sido distintas. Si yo hubiera, si no te hubiera hecho caso, por qué no habré, para qué, por qué. Los cofrades del reproche llevan en la piel marcas de una traición que nunca olvidarán, tienen una madre que no los quiso lo suficiente, un padre que los maltrató, un mejor amigo que les robó la mujer, un jefe que los explota, una nueva mujer que los humilla, tres hijos que les dan disgustos continuamente, un gobierno que los estafa, un portero que los vigila, un policía en el que no pueden confiar, mil delincuentes que acechan en la calle y un chino del mercadito que les saca el trabajo. Buff. Buff. Buff. Bastante esfuerzo hago.


Los miembros de esta cofradía utilizan la ciudad como caja de resonancia para sus iniciativas. Entonces, cualquier habitante más o menos desprevenido puede percibir como se cruzan las demandas. Madre e hija, hermano y hermana, esposo y esposa suelen brindar espectáculos memorables en el arte de la queja. Los ataque se multiplican para regocijo de vecinos y curiosos que escuchan detrás de las paredes.

Al final cede el griterío y se firma una pequeña tregua. Una declaración de paz mínima que concluirá en el preciso instante en el que alguno, después de un silencio más o menos prolongado, mire con carita y antes de resoplar, diga, casi sin mover los labios: viste, yo te dije.

martes, mayo 03, 2005 

Bar-budo

¿Quién no soñó a los quince años con tener una banda de rock? Hoy, cuando ya nos aburren los recitales en sótanos mugrientos y somos concientes de que aprender música es algo muy complejo, mal podríamos formar un grupo y recorrer los tugurios del under. Sin embargo, la vida tiene en oferta sueños para todas las edades. Y al llegar a los treinta, lo usual es pensar en ser dueño de un bar. Pero no un bar cualquiera, sino uno con ”onda”, de esos que tienen actividades culturales, tocan grupos o dan clases de teatro.

En los bares pasamos muchas de nuestras mejores horas. Fuimos felices, gastamos fortunas en alcohol, charlamos de trivialidades, conocimos mujeres, leímos, nos confesamos y vimos pasar la vida. La libertad es una botella de cerveza, un café, un vino. Por eso, qué mejor emancipación de la rutina que montar un bar.

Durante largos meses hacemos cálculos para poder concretar la ilusión. Si la plata que tenemos ahorrada más el crédito o la indemnización. Si lo tuyo más lo mío más lo de un socio. Si buscamos una casa vieja y la reciclamos. Y así pensamos nombres, buscamos zonas adecuadas, hablamos con arquitectos amigos, ideamos una posible carta, averiguamos tramites en la municipalidad y todas esas cosas.

Aunque algo siempre nos frena. O el socio que duda, o la plata que no nos alcanza o el divorcio. Por alguna excusa debemos postergar el sueño de ser libres y volvemos, doblemente frustrados, a la relación de dependencia.

Entonces descubrimos con envidia el bar que abren a la vuelta de casa. No todos son timoratos como nosotros. Cada tanto, aparece un valiente decidido a quemar las naves. En este caso, un barbudo, acompañado por una rubia. “Orson – Café Espacio Cultural” se llama el reducto. Las mesas son amables, el cortado lo sirven con un bomboncito y en las paredes hay colgadas fotos de Olmedo, Hitchcock, Humprey Bogart, Fidel Pintos y por supuesto del ciudadano Welles.

El barbudo es un hombre culto. Los sábados a la tarde, cuando vamos a leer, conversa con nosotros. Cita a autores, hace chistes y nos cuenta de sus proyectos. La rubia es su mujer y además estudió sicología y trabajó en una multinacional. Se los ve felices.

Cuando llega el invierno, el bomboncito desaparece. Las fotos siguen estando pero el clima ya no es tan cordial. Hace mucho frío. Nuestro amigo apenas nos saluda, concentrado en discutir por teléfono con los proveedores. A esta altura ni siquiera la dama nos parece interesante. Ya sabemos cómo va a terminar la historia.

Una tarde el hombre nos cuenta que su mujer se fue y que ya no sabe cómo hacer para seguir adelante. Dice que está dispuesto a hipotecar su casa para comprar un equipo de calefacción y ver si la cosa puede remontar. Un chico de unos quince años y malos modales es el nuevo empleado. Poco queda del espacio cultural.

Pasan las semanas y siempre encontramos un motivo para eludir el café en Orson. El frío, las obligaciones, la pereza. Finalmente, un sábado de agosto nos animamos a entrar. Las mesas están vacías. Nos atiende el muchacho. Le pedimos un cortado que tardará quince minutos en servirnos. Como música de fondo se escucha el ruido del calefactor recién instalado. Al rato aparece el barbudo. Apenas nos saluda, hecho que agradecemos íntimamente. Queremos concentrarnos en la lectura, pero es imposible. Dejamos un billete debajo del pocillo y cruzamos la puerta, sabiendo nunca más vamos a volver.

Un par de meses más tarde, cuando ya casi nos habíamos olvidado de nuestro frustrado proyecto, pasamos por el bar y vemos que un hombre de pelo largo acompañado por una morocha está pintando el lugar.

domingo, mayo 01, 2005 

Amigo

Te cruzás en la calle con un amigo al que no veías desde hace casi diez años. Dice que estuvo muy mal. Drogas. Depresión. Paranoia. Autodestrucción. Estás apurado: intercambian teléfonos, prometés llamarlo y arreglar para ir a comer una pizza un día de estos. Esa misma noche él te llama y te invita a una fiesta el sábado. Va a estar buena, es toda gente tranqui, te aclara antes de que pienses mal. Así no se hace tan pesado el relato de mis dramas. Es en un lugar en San Telmo, a las diez en punto.

Ese día te bañás tranquilo y esperás a que se hagan las once, no vaya a ser que llegues y no haya nadie. Después, cualquier cosa, podés ir a otro lado. Te bajás del colectivo y caminás buscando la dirección exacta. Cuando llegás descubrís que es una una especie de templo. Te quedás un segundo mirando la puerta y justo antes de que escapes aparece tu amigo. Te da un abrazo. Vení, vení, dale que es tarde, te estábamos esperando. Le aclarás que sólo pasabas a saludar, que tenés que ir a otro lado. Pero parece que no escucha.

Al entrar todos están cantando. Un chico te saluda por tu nombre y te da la letra de una canción. Es buenísima, dice tu amigo. Intentás despedirte y volvés a decir que se te hace tarde. Otro día hablamos, me tengo que ir. Pará, pará, no te vayas. Espérame un segundito que tengo un regalo para vos. Vuelve con un libro: El camino de la espiritualidad. Léelo, acá está todo. A mi me cambió la vida. Yo estaba muy mal. Drogas. Depresión. Paranoia.

Salís casi corriendo y te subís al primer colectivo que pasa. A la mañana siguiente suena el teléfono: ¿Y? ¿Pudiste leer algo?

jueves, abril 28, 2005 

Trenes rigurosamente vigilados

Tienen buena comunicación, van al gimnasio, hablan de la última de David Lynch. Los sábados desayunan leyendo el diario. Dicen mi pareja, cumplen 32, descubren restaurants. No quieren rollos, nunca gritos, presentan proyectos, trabajan en equipo. Escuchan ofertas, mantienen el misterio, se reservan la última palabra. Andan en bici, bailan flamenco, se fuman un canuto.

Los jueves ellas salen con las chicas. Los domingos, ellos fútbol. Cada uno respeta el espacio del otro. Piensan que el amor se debe construir día a día. Vacaciones en el sur, fin de semana en Colonia. Quedan “embarazados”. Sus hijos se llaman Gerónimo o Dulcinea. Se mudan a un PH. Salen con parejas amigas. Odian el sexo burocrático, alimentan la pasión. Comentan proverbios zen con el chino del mercadito.

Usan boinas, se rapan la cabeza. Viajan en trenes rigurosamente vigilados. Suben las escaleras de dos en dos. No quieren que nada los sorprenda. No descartan la posibilidad. Tienen amor propio. Discuten civilizadamente, intercambian opiniones. Se duermen tardísimo, siempre tienen a mano una botella de vino tinto. Se jactan de la amistad con un escultor catalán al que conocieron en Marsella. Les gusta sacar fotos. Algunas veces permanecen callados por un rato.

Ya no saben qué inventar.



 

La homeopatía y yo

Cuando escucho que alguien se atiende con un homeópata, me viene a la mente alguno de esos tipos con mirada de vidrio y buenos modales, que parece que van a la iglesia todos los domingos, pero que al final se despachan con que son asesinos en serie o terroristas.

No sé por qué relaciono a los homeópatas con los psicópatas. Supongo que debe ser por el encandilamiento que suelen provocar, por el fervor con el que la gente adopta esas pastillas llamadas ridículamente globulitos, que se toman como si fueran una droga mágica que resuelve todos los problemas, o tal vez simplemente crea que estos seres forman parte de una logia secreta, una secta terrorista fanático religiosa que planea dominar el mundo con sus medicamentos cien por ciento naturales.

-Lo que pasa es que estás viendo todo desde el punto de vista alópata. –suele decir mi amigo G, ultra fanático radicalizado que practica yoga, no come carne, hace reiki y se va de vacaciones al Cerro Uritorco – No seas prejuicioso. La homeopatía es una elección de vida. Va más allá de tomar un remedio. Se trata de estar conectado con la naturaleza.

Alópata.

Cada vez que me dicen así, me siento humillado de la misma forma que cuando me tildaban de ”burgués” en la facultad. Aunque, pensándolo bien, la comparación no es alocada. Homeópatas y trostkistas tienen más puntos en común de lo que suele parecer. Unos y otros siguen a rajatabla la consigna de “cuanto peor, mejor”. Los tratamientos homeopáticos consisten en exagerar todas las reacciones hasta que finalmente desaparece la enfermedad.

Me explico con un ejemplo. Supongamos que una nena tiene 37 grados de fiebre. Su médico homeópata la revisa y le dice con su impostada voz dulce que no debe tomar ni una mísera aspirina. Con el correr de las horas, la criatura pasa a tener 41 grados y delirios que la llevan a hablar en arameo. Sin embargo, apenas cinco segundos antes de la muerte, el tratamiento habrá logrado su efecto y la niña volverá a estar rozagante para jugar con sus muñecas.

-A veces es necesario un brote para sacar todo lo que uno va incubando. No es bueno quedarse con cosas adentro. –razona G y yo le explico que siguiendo ese pensamiento para salvar al mundo de la violencia, hay que hacer estallar la bomba atómica.

-No seas exagerado. El problema es que la nena se atendió cuando ya estaba mal. Pero si lleva un buen tratamiento, nunca se va a enfermar.

-¿Pero si no está enferma para qué quiere seguir un tratamiento?

Aquí es donde G. sigue hablando en un tono cuidadosamente relajado y yo me pierdo en su mirada tratando de descubrir una fisura en el discurso, una señal de que tengo razón. Pero no. Sus ojos viran al verde metálico de un androide y yo me veo posición de loto, imaginándome un río, una casa, un perro. Sueño que estoy tomando una pastilla y viajo al Tibet, en donde me encuentro con un duende llamado Hugo que me da un caramelo color rojo. Lo tomo y paso a estar atado en una cama de hospital.


Una enfermera me inyecta un líquido y dice que nunca podré huir. Las paredes amenazan con aplastarme. Comienzo a sudar, mis manos se vuelven lechosas, tengo frío. Un hombre quiere hablar, pero la enfermera le coloca un bozal y le pega con un látigo de tres puntas. Cierro los ojos para no verlo sufrir.

Mi amigo continúa con su monólogo. Bajo la mirada, rechazo sus pastillas y salgo corriendo tan fuerte como puedo. Respiro aire contaminado y me siento vivo. Luego tropiezo con algo. La enfermera se acerca.