miércoles, agosto 17, 2005 

Blue

Caminar descalzo por la playa vacía. El atardecer es inspirador. El cielo encapotado amenaza una tormenta. A lo lejos se ve a unos niños jugando, pero no hay que darles importancia. Sentarse a mirar las olas, el pasado. Escuchar frases que retumban con la pesadez de un dinosaurio moribundo. El viento debe ser insoportable.

Encender un fósforo. Rescatar alguna escena de la infancia más remota, por ejemplo, el día en que un compañero de la escuela te pegó una paliza y tuvieron que llevarte al hospital. Intentar que vuelvan esas lágrimas. Pensar que todavía no pasó lo peor. Imaginar que tu compañero de escuela ahora está con ella. Ya es grande, pero igual tiene puesto un delantal blanco. Se ríe. Querés pegarle, aunque sabés que corrés el riesgo de terminar muerto.

Tirar el fósforo. Caminar y sentir los pies sobre la despareja superficie de la arena. Intentar alguna metáfora al respecto. Entrar a un bar y pedir vino de la casa. No mirar el televisor ni preguntar cómo va el partido. Escribir que la distancia te sirvió para darte cuenta de muchas cosas. Tachar lo escrito. Mandarte un vaso de un tirón. Escribir que la distancia te sirvió para darte cuenta de tus errores. Escribir que se merecen una oportunidad y que nada en el mundo es tan potente como el amor que sentís. Leer y releer lo que está escrito.

Terminar el pingüino y dar la vuelta tímidamente ante el grito de gol. Volver al hotel, caminando bajo la lluvia por el medio de la calle. Sentir que el agua purifica. Decidir que la carta será enviada al día siguiente a primera hora. Llegar mojado, recostarse, abrir un libro en cualquier página y leer una frase al azar. Por ejemplo: ”Lo que Julio quería decir era que la injusticia se había cometido con nosotros”. Detenerse en por qué fue elegida esa frase y no otra.


Sacarse la ropa y mirarse, desnudo, al espejo. Preguntarse dónde está el alma. Prender la tele. Escuchar un debate sobre la posibilidades del crecimiento del comercio exterior. Cómo integrarse en un bloque regional con Brasil. Dormirse. A la mañana siguiente, ducharse, vestirse y releer por última vez la carta. ¿Nada es tan potente como el amor que sentís? Guardarla entre las páginas del libro y salir a desayunar. Conversar con el mozo del bar. Comentar algo sobre el partido. Comprar un boleto de vuelta. Hacerle una broma a la chica que vende el pasaje. Volver a la playa. Es una mañana de sol.

martes, agosto 09, 2005 

Casi anécdotas

Detengámonos otra vez en las charlas cotidianas y analicemos el género literario que predomina en la mayoría de las conversaciones: la casi anécdota. Pequeñas partículas inconexas de una historia, desordenas hipótesis sin sustento, revelaciones irrelevantes que funcionan como elemento principal para llenar el tiempo muerto de cualquier encuentro entre dos personas.


Claves:
  • No hay rigor que dé sustento a lo que se cuenta.
  • Se justifican por la cercanía de algún conocido o familiar: (Ej: Le pasó a un amigo del primo de mi vecino)
  • Es común que participe un personaje famoso o semi famoso.
  • Suelen verse elementos fantásticos en las narraciones.
  • El emisor del mensaje tiene cierto desgano al narrar.
  • La conversación termina cuando el receptor dice ah.

Principales difusores:

  • Familiares (en especial las mujeres)
  • Compañeros de trabajo
  • Taxistas
  • Todos los habitantes de Buenos Aires y Gran Buenos Aires.

Tres ejemplos:

1) Avistamiento de famoso

-¿Sabés a quién vi el otro día?
-No.
-Al pelado ése que trabaja en la telenovela.
-¿Gabriel Corrado?
-No... te digo que es pelado.
-Qué sé yo.
-¿Goitia se llama?
-Sí, no sé.
-Lo vi a Goitia.
-Goity.
-Goity, ése.
-¿Y? ¿Qué pasó?
-Lo vi en la pizzería de la otra cuadra.
-¿Qué hacía?
-Nada, estaba comiendo.
-Ah.

2) Fenómenos paranormales

-Me contaron que hay un tipo que puede oler los estornudos.
-¿Cómo? ¿Estás jodiendo?
-Sí, ponele que nosotros estamos acá y vos estornudás. A los cinco minutos, el tipo llega y adivina.
-Será porque habrá escuchado.
-En serio. No sé qué poder sensitivo tiene que hace pueda oler un estornudo.
-Mirá si va a oler un estornudo. Es mentira.
-Te juro. Parece que para el tipo es lo más natural del mundo. Pero en la familia lo quieren llevar a la televisión, a ver si pueden juntar algo de guita.
-¿Qué hace el tipo?
-¿Cómo ”qué hace”?
-Claro. ¿A qué se dedica?
-No sé.
-¿Vos lo conocés?
-No, pero me lo contó Néstor. Creo que es un amigo de Lito o algo así.
-Ah.


3) Argentina potencia

-¿Sabés que el asado fue elegido como la mejor comida de la humanidad?
-¿En serio?
-Sí, salió en una lista que publicaron en no sé dónde de Inglaterra o Estados Unidos, que dice que no te podés morir sin comer un buen asado argentino.
-No te creo.
-Sí. Los tipos se vuelven locos con la nerca. Ahora dicen que es bueno para el turismo porque van a empezar a llegar millones de personas a comer chinchulines, morcilla, chorizos.
-¿En serio?
-Pasa que allá están al pedo. ¿Entendés? Entonces inventan esas cosas para entretenerse.
-Sí.
-Mirá lo que es este vacío. No me vas a negar que si fueras yanqui no pagarías por esto.
-Sí, qué sé yo.
-Tenés que cambiar la mentalidad. Allá son distintos. No es casualidad que haya salido ese estudio. Parece que hace más de veinte años que vienen investigando el asunto y ahora decidieron que la carne argentina está primera en el ranking.
-¿Quién salió segundo?
-Qué sé yo. ¿Qué carajo te importa?
-No, digo, por curiosidad, nomás.
-Si somos primeros...¿qué te importa quién salió segundo?... Era un país medio raro, tipo la India o Canadá.
-Ah.

miércoles, agosto 03, 2005 

Sobre gustos

Cada vez que alguien me recomienda un libro o una película entra a correr un sudor frío por mi espalda. Sobre todo si dicen ”es ideal para vos” o ”no te la podés perder”. Ahí empiezo a gritar como si estuviera junto a Joseph Mengele en una sala de torturas. Lo peor es que ya nadie se sorprende con mis pantomimas porque todo el mundo está acostumbrado a los panics attacks y las convulsiones. Entonces mientras babeo en el piso me siguen hablando de la nueva de Kusturica o de la que dirigió el mismo japonés de ”Los tintoreros de antes no usaban vapor”.

Las cosas que uno hace con su tiempo libre están reservadas a la más íntima voluntad. No admito a que me insten a leer la última novela de Michelle Houellebecq, cuando en realidad quiero estar tirado en la cama disfrutando en la tele de Feliz Domingo.

Ya sé. Las historias pergeñadas por el autor de Las Partículas Elementales seguramente me van a encantar. Además las chicas suelen ver mejor a la gente conocedora de la obra del gran escritor francés que a sujetos capaces de analizar la evolución del ciclo de Silvió Soldán a lo largo de veinte años. Pero no me importa. Algunas obras maestras no se hicieron para que yo me regocije.

La cosa no termina con la recomendación. Veinte días más tarde, los que se arrogan el derecho a decidir qué debo hacer con mis consumos culturales vuelven a la carga y me reprochan que todavía no les haya hecho caso. Tanto insisten que finalmente alquilo la película o consigo el libro.

Pero los problemas no terminan.

Al principio supongo que voy a encontrar una gema, entonces presto mucha atención y releo un párrafo todas las veces que sea necesarias o rebobino el video para pescar lo que había querido decir ese personaje tan extraño. Después me entrego al aburrimiento y avanzo distraído hasta llegar a la conclusión de que esa obra no se había hecho para mi.


Hay un catálogo bastante largo de cosas que deberían gustarme pero no: Bob Dylan, la ópera, las películas de Andrei Tarkovsky, Breat Easton Ellis, Douglas Coupland, la música de los balcanes, El arca rusa, Alan Pauls, la última de Pompeyo Audivert, Miranda, Gastón Pauls, Claude Chabrol, Harry Potter, Nicolás Pauls, Gaspar Noe.

Todos los domingos busco los suplementos culturales y de espectáculos y resalto con un marcador rojo lo que sé que me van a recomendar y no me gustará.

Sí, ya sé. Soy un prejuicioso. Pero prefiero guiarme por la intuición y no por lo que me digan los demás. Elijo las películas según el afiche o el diseño de la cajita. En las librerías, busco una novela y escojo una frase al azar. Si me gusta, compro el libro. Es un método poco convencional, pero rara vez me equivoco.

Así que déjenme tranquilo y no me torturen con la última de Kusturica.