Amor e informática
Durante años fantaseé con la posibilidad de tener una computadora súper moderna. Todos los días soñaba con la cantidad de discos que podría grabar, con la música del mundo que estaría al alcance de la mano y la felicidad plena que conseguiría al comprar ese bendito aparato.
Un día, por fin, logré entrar en un plan de pagos digno del Tercer Reich y adquirí una máquina Pentium.
Fui feliz. Absolutamente feliz.
La primera semana grabé más de cincuenta cd´s. Cualquier cosa era digna de copiar. Desde Los Beatles a Nino Bravo; de Metallica al último jingle de Coca Cola. Casi no dormía. Pasaba las horas con los ojos rojos frente a la máquina. Apenas si me daba cuenta cuando salía el sol.
Con el tiempo fui bajando el ritmo de grabaciones y retomé mi vida normal. Hacía dos copias por semana y mas tarde, una o ninguna. Siempre tenía otra ocupación, estaba cansado, daban una buena película en la tele, había mucho trabajo o me encontraba con un amigo al que no veía desde hace años.
La máquina no se quejaba, hasta que una vez, cuando quise grabar un disco de Ella Fitzgerald, ocurrió lo inesperado. Uno nunca se da cuenta de esas cosas, pero lo cierto era que a mi vieja Pentium se le había roto el disco rígido.
Y a mi, el corazón.
Entonces lloré y caminé sin rumbo bajo la lluvia. Todo me hacía recordarla: cada canción que habíamos grabado juntos, cada foto, cada mail, y por sobre todas las cosas, cada cuota que todavía llegaba a fin de mes con la tarjeta.
Mi vida no tenía sentido sin ella. Decidí, entonces, no comprar nunca más una computadora. Escribir a mano, no ver mails, no grabar discos, no cometer los mismos errores.
Y me emborraché en los peores tugurios, dejé de bañarme y de afeitarme, conocí el submundo de las drogas.
Pero siempre después de un invierno crudo, llega la primavera. La otra semana cuando cancelé el último pago del plan siniestro, sentí que lo peor había pasado. Ya podía abrirme de vuelta al mundo.
Ahora leo los avisos de Compumundo en el diario y se me acelera el pulso. Hay una máquina con grabadora de DVD´s. Y me está mirando. Lo juro...
Un día, por fin, logré entrar en un plan de pagos digno del Tercer Reich y adquirí una máquina Pentium.
Fui feliz. Absolutamente feliz.
La primera semana grabé más de cincuenta cd´s. Cualquier cosa era digna de copiar. Desde Los Beatles a Nino Bravo; de Metallica al último jingle de Coca Cola. Casi no dormía. Pasaba las horas con los ojos rojos frente a la máquina. Apenas si me daba cuenta cuando salía el sol.
Con el tiempo fui bajando el ritmo de grabaciones y retomé mi vida normal. Hacía dos copias por semana y mas tarde, una o ninguna. Siempre tenía otra ocupación, estaba cansado, daban una buena película en la tele, había mucho trabajo o me encontraba con un amigo al que no veía desde hace años.
La máquina no se quejaba, hasta que una vez, cuando quise grabar un disco de Ella Fitzgerald, ocurrió lo inesperado. Uno nunca se da cuenta de esas cosas, pero lo cierto era que a mi vieja Pentium se le había roto el disco rígido.
Y a mi, el corazón.
Entonces lloré y caminé sin rumbo bajo la lluvia. Todo me hacía recordarla: cada canción que habíamos grabado juntos, cada foto, cada mail, y por sobre todas las cosas, cada cuota que todavía llegaba a fin de mes con la tarjeta.
Mi vida no tenía sentido sin ella. Decidí, entonces, no comprar nunca más una computadora. Escribir a mano, no ver mails, no grabar discos, no cometer los mismos errores.
Y me emborraché en los peores tugurios, dejé de bañarme y de afeitarme, conocí el submundo de las drogas.
Pero siempre después de un invierno crudo, llega la primavera. La otra semana cuando cancelé el último pago del plan siniestro, sentí que lo peor había pasado. Ya podía abrirme de vuelta al mundo.
Ahora leo los avisos de Compumundo en el diario y se me acelera el pulso. Hay una máquina con grabadora de DVD´s. Y me está mirando. Lo juro...
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Posted by Anónimo | 5:09 p.m.
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Posted by Anónimo | 4:48 a.m.