martes, octubre 04, 2005 

Real World

La historia comenzó con los franceses o los rusos. No importa. Lo cierto es que durante la década del sesenta apareció un mago colombiano que inventó el realismo mágico. Les gustó y compraron. Entonces llegó un peruano de sonrisa astuta y sentenció que la verdad no era tan brillante, que se podía contar la misma historia de siempre, pero sin suprimir las escenas de sexo y violencia. Como el sexo y la violencia estaban mal vistos, lo titularon realismo sucio.

Con el tiempo, las cosas se fueron poniendo más complejas. El mago colombiano siempre mostraba la misma paloma y la suciedad del peruano era mucho más prolija. Además estaban lejos y parecían estrellas de Hollywood. Buscaron, entonces, realistas locales. Un tipo de bigotes extraños que hablaba por televisión patentó el realismo delirante. No se sabe cuál era su delirio, se cree que publicar una novela de más de mil páginas.

Había otro que escribía veinte libros al año. Todos empezaban parecido, una historia más o menos normal, más o menos clásica. Sin embargo, algo ocurría luego de la página setenta. Dicen que este hombre llegado a determinado punto apretaba la tecla ”bizarrear” de su computadora y el realismo se desvanecía para dar paso a una novela enferma, mutante y desagradable. Parece que se llamaba ”realismo hipocondríaco” o ”realismo paranoico”, aunque ese fue también fue el nombre de una banda de rock integrada por escritores noveles.

Como en todas las grandes familias, llegaron las divisiones. Y los realistas comenzaron a pelear por el poder. Por un lado, aparecía el denominado realismo intransigente, que pugnaba por una escritura ligada al desarrollo industrial y a la asociación corporativista ligada a literaturas más poderosas. Por el otro, surgió el realismo del pueblo. Paradójicamente, los realistas del pueblo representaban a un sector pequeño e influyente. Eran conservadores y querían mantener el status quo. Libros de ciento cincuenta páginas, editoriales millonarias, suplementos culturales aburridos.

La atomización se hizo casi inevitable cuando un grupo comenzó a matar escritores para liberar al verdadero realismo de la opresión del realismo dictatorial. Era la nueva juventud de narradores de izquierda. Para frenar ese avance, los realistas de derecha apelaron a métodos oscuros (e incluso contrataron a autores del realismo sucio). Así comenzó el período más tétrico de la historia. Los escritores de izquierda pasaron a la clandestinidad y algunos debieron exiliarse en Europa (los exiliados, de cualquier índole, siempre terminan en ese continente).

Luego de la guerra con los narradores flemáticos, se reimplantó el realismo democrático. Triunfaron los autores de bigotes, que pugnaban por una escritura pluralista, educativa y solidaria. Es decir, aburrida. Los otros se agruparon bajo la renovación, un sector que juntaba bajo el mismo techo a realistas de derecha e izquierda reconvertidos para la democracia, con apetito de fama y firma de ejemplares.


Con el realismo champagne llegó una escritura vacía, con golpes de efecto y pocas destrezas, combinada con un modelo de importación de libros, que le dio grandes beneficios a unos pocos novelistas y terminó arruinando a la gran mayoría. Esa década infame terminaría con los escritores en la calle golpeando sus computadoras.

Luego de la última crisis, sobrevendría la división de las tierras realistas en distintas parcelas. Por un lado, los realistas sensibles se adueñarían de la Plaza Cortazar. Los realistas snobs, ex champagne, cruzaron Juan B. Justo y bautizaron su región como realismo Hollywood. Los sectores más castigados tuvieron que mudarse al primer y segundo cordón del realismo y dieron pie al realismo asistencialista. Mientras que los realistas profundos siguieron con sus historias ligadas al campo y la cosecha.

A medida que los problemas de los narradores se agudizaban, algunos autores de centro izquierda plantearon la posibilidad de despenalizar el aborto para evitar que se siga poblando de escritores el segundo cordón del gran realismo. Los narradores de derecha (ahora nombrados como novelistas de centro) se opusieron. Dijeron que un nuevo narrador nace apenas escribe una palabra y no cuando termina su primer cuento, como sostienen los realistas progresistas (o de centro izquierda).

El argumento de los autores de izquierda era que el mundo no podía dar lugar a tantos realistas. Los novelistas de derecha, a su vez, sostenían que no se puede matar a un escritor antes de que vea la luz. Ellos preferían matarlo más tarde por una cuestión de seguridad.

Entre los narradores de izquierda, se encontraban los realistas garantistas, que defendían el derecho del escritor a publicar lo que quiera, sin importar el contenido de la obra. Esta idea le trajo algunos dolores de cabeza a sus defensores, cuando bandas organizadas de realistas salvajes utilizaron sus obras para delinquir. Los narradores de izquierda le echaron la culpa al sistema. Los realistas de derecha, en cambio, sostuvieron que los narradores del primer y segundo cordón del realismo asistencialista, ante la menor duda de plagio, debían ser ajusticiados.

Los intelectuales realistas dijeron que hasta que no se terminara con el realismo, éste seguiría dañando al mundo. Otros académicos pugnaron por la creación de un irrealismo que llevara la bandera de los valores fundantes del realismo. Pero eran apenas grupos minúsculos dentro de un panorama demasiado complejo.

Todas estas discusiones terminaron abruptamente cuando llegó la gran inundación, un desastre natural que provocó la muerte de miles de realistas. Tres millones de libros debieron ser evacuados y las calles se convirtieron en verdaderos ríos de tinta. Los narradores secos norteamericanos acudieron en rescate, pero ya era poco lo que se podía hacer.

La literatura argentina sufría la tragedia más grande su historia. La Red Solidaria organizó un festival por televisión para recaudar fondos para los escritores carenciados, pero el público prefirió ver otro canal. El secretario de Cultura determinó el estado de emergencia y le pidió al Presidente una partida extra del presupuesto para impulsar la obra de cinco escritores. El primer mandatario demoró dos años en firmar el
decreto, y, para ese tiempo, cuatro de los cinco escritores ya habían fallecido.

Sólo quedaba un escritor.

Y entonces surgió un nuevo realismo.

El realismo único.