lunes, mayo 30, 2005 

Viaje y despedida

Antes los taxistas eran personajes románticos. Insobornables psicólogos urbanos que escuchaban cientos de historias por día y se reservaban un espacio para protagonizar sus hazañas. Pero las cosas cambiaron. Ahora los pasajeros se convirtieron en terapeutas.

Sábado a la noche. Subo a un coche en Juan B. Justo y Avenida San Martín. El tipo me dice que ya se estaba por ir a la casa, pero que aguantó para ver si agarraba algún viajecito más. “Tenés suerte. Voy a Belgrano”, le contesto. Encara derecho hasta Córdoba y me cuenta que, en realidad, no tenía ganas de volver, que ya no soporta a la mujer, que no ve la hora de separarse, pero viste lo difícil que está todo, además los pibes, qué sé yo. No alcanzo a decirle nada, sigue largando el rollo.

Los hijos tienen seis y ocho años. El dolor de espalda lo está matando. Parece que la esposa es una basura. “No sabés cómo me hincha. Me rompo doce horas acá sentado y después ella viene a verduguearme”.

Álvarez Thomas, Elcano, Cabildo. Antes de llegar se da vuelta peligrosamente y me mira. “Te digo una cosa, pibe”. No debe tener más de cuarenta y cinco, pero parece de sesenta. Canoso, barba de dos días, voz ronca. “¿Sabés qué? No vuelvo más. Lástima los pibes, pero ella se lo buscó. Que se arregle con la casa, se la regalo. Esto no es vida”

Llegamos. Son siete con setenta. Le pago con diez. Me da dos pesos. No tiene monedas.

lunes, mayo 23, 2005 

Teoría de la alfajorización

Los directivos de las grandes empresas saben perfectamente cuáles son nuestros deseos. En sus ordenadores poseen carpetas enormes dónde archivan los sueños y ambiciones de toda la población. Conocen al detalle costumbres y secretos de cada uno de nosotros. Los directivos de las grandes empresas son poderosos y manejan el mundo a su antojo. Esconden siniestros planes para aniquilarnos. Y cada vez están más cerca de conseguirlo.

Su forma de destruir no es el ataque frontal, sino la acción psicológica sobre el adversario. Bombardeos que actúan como generadores de atracción. Los directivos de las grandes empresas saben que la mejor forma de matar a la vaca es lograr que vaya solita al matadero. ¿Acaso no estamos en este planeta por culpa de uno que cayó en la tentación de probar aquella maldita manzana?

Todavía no nos dimos cuenta –y tal vez ya sea demasiado tarde-, pero los poderosos decidieron qué es lo que vamos a comer en el futuro. Muy pronto, nuestra alimentación se basará únicamente en alfajores. Todas las comidas se irán reduciendo hasta convertise en pequeñas esferas achatadas de tres capas. Mi discurso puede sonar paranoíco, pero sé de lo que hablo. Los científicos que trabajan para los villanos decidieron que el producto que mejor identifica a los argentinos es el alfajor. Sabemos que nació como un derivado de aquellos pastelitos que vendían las negras en la Revolución de Mayo. Y que luego fue tomando impulso con el auge del turismo a Mar del Plata durante la época de gloria del peronismo, gracias a la tradicional casa ”Havanna”.

Los empresarios convirtieron al alfajor un arma de guerra y después comenzaron a atacarnos para que sintamos deseo sobre él. Primero, inventaron los alfajores triples. Por el mismo precio, le agregaron una capa más de masa y otra de dulce. Para qué cambiar un producto tan arraigado, se habrán preguntado algunos. Pero todo tenía sentido en la lógica perversa de los dominadores. El concepto que seguían era que, al tener una dimensión mayor, cualquier alimento se podría alfajorizar.

Y eso están haciendo en este momento.

Todas las golosinas, con sus particularidades, sus detalles nimios y sus toques exóticos, se fueron convirtiendo en alfajor. Ahí vemos los chocolates Shot, Toffi, Milka y Milkybar, los bocaditos Bon o Bon y Cabsha, las galletitas Oreo, Sonrisas, Pepitos y Melba. El yogur Ser se convirtió en un increíble alfajor Light. Hay un alfajores con gusto a bizcochuelo, a lemon pie, con frutilla y crema. Y ya están planeando otros con gusto a chicle de menta y a caramelos masticables.

Las golosinas que no se adaptan al cambio desaparecen. ¿Alguien se acuerda del Tubby, de los Topolinos, de las Vaquitas o de las Mielcitas? Todas cayeron por culpa de la alfajorización del país.

Los empresarios saben lo que hacen. Sus avances son graduales. Primero imponen un producto en un sector del mercado. Más tarde, atacan hasta conseguir el dominio total. Muy pronto, veremos alfajores con gusto a milanesa, a choripán, a guiso de lentejas. Al principio sonará como una excentricidad, pero cuando nos querramos dar cuenta, toda nuestra alimentación estará regida por tres capas de masa.

Este es un llamado de atención para todos los argentinos. Es hora de que nos demos cuenta de qué país le estamos dejando a nuestros hijos. Todavía estamos a tiempo de cambiar. No permitamos que nos alfajoricen el futuro.

jueves, mayo 19, 2005 

Mis amigos mitómanos

Pizza en Guerrín con J y N. Me gusta conversar con ellos porque viven en mundos muy lejanos al mío.

J, con la vista fija en el celular, cuenta que Ricardo (Darín) lo llama todos los días para pedirle que escriba el guión de una película. No sabe si aceptar. Además, la semana pasada fue a comer con Adrián (Caetano) y también hay un proyecto dando vueltas. Al pasar, dice que pintó algo con Dolores (Fonzi). Parece que ella está enganchada, pero para él la cosa no da.

Pido otra cerveza.

A su turno, L habla de su último Panic Attack y confiesa que quiere largar todo. Necesita bajar un cambio si desea seguir con vida. Anduvo averiguando para comprar una casa en el campo. Está dispuesto a desarmar la oficina y empezar una vida nueva, conectado con la naturaleza y con todo lo que le gusta. Suena el teléfono.

Llega el café.

Antes de irnos alguien pregunta.

-¿Y vos? ¿En qué andás?

Entonces, suspiro, juego con la cucharita y digo:

-Nada. En lo de siempre.

Y después me voy, pensando en el textito que escribiré sobre ellos.

miércoles, mayo 18, 2005 

Almazen

Un amigo interesado en el mundo zen me solicita que escriba acerca de la imagen borrosa de un caballo corriendo. No sé cómo es aquel retrato y tampoco me interesa. Tengo cuestiones más importantes para resolver. Por ejemplo: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Dios existe? ¿Por qué las mujeres siempre van de a dos al baño? ¿Por qué los perros mueven la cola cuando están contentos? ¿Somos el centro del universo o pequeñas partículas dentro de un cosmos inconmensurable? En una red de pesca: ¿qué son más importantes: los nudos o los agujeros?

Poseo una larguísima lista de interrogantes sin aclarar y me piden que hable acerca del significado de un equino deslizándose ante una mirada miope. No me imagino ni remotamente qué significa eso. Sólo puedo recordar una historia que me contó el chino del mercadito, que tal vez no tenga nada que ver con lo que me reclaman, pero que igual es interesante.

Wong Kung era el dueño de un pequeño mercado de ramos generales en un pueblo cercano a Okinawa a principios del siglo XX.. Allí paraban a comprar provisiones los viajeros en tránsito. Dejaban sus caballos en la puerta y entraban a buscar cigarrillos, comida y a conversar un rato antes de emprender el último tramo del viaje. Wong Kung era un hombre de pocas palabras, pero había aprendido a satisfacer a sus clientes que tenían necesidad de comunicarse. Podía hablar del béisbol, del clima y de las últimas medidas del emperador. Nunca se atrevía a cruzar la frontera de la trivialidad.

Sin embargo, una vez entró un hombre raro a su local. Sonreía y los ojos le brillaban redondos. Pidió un té, lo miró fijo y luego preguntó: “¿Cuál es el sentido de la vida?”

Wong Kung, hábilmente, le respondió: ”Si lo supiera no estaría aquí en este negocio de mala muerte”. El hombre bebió la infusión y arremetió sin perder la sonrisa: “Tú sabes perfectamente de qué se trata el misterio de la existencia. Sólo tienes que agudizar tu vista. ¿Reconoces al caballo que está allí afuera? Cuando lo puedas divisar nítidamente, sabrás para qué estamos en este mundo”.

El cliente desapareció y el comerciante quedó absorto, mientras intentaba adivinar la imagen borrosa del equino. La figura del extraño visitante se recortaba nítida sobre el animal fuera de foco.

“La verdad del secreto de la existencia la tienen los caballos”, pensó Wong Kung, mientras comentaba la enfermedad del emperador con un cliente. Días más tarde cerró el negocio, viajó a Tokio y amasó una pequeña fortuna como corredor de bolsa.

Cuando me mudé perdí el rastro de Omar, el chino del mercadito. Sé que estudiaba reiki y yoga y que tenía conocimientos de budismo. Tal vez esta historia esté inspirada en alguna reflexión zen. O quizás únicamente me la contó para hablar de alguna trivialidad, tal como hacía Wong Kung con sus clientes. Por lo pronto sigo sin saber por qué las mujeres van de a dos al baño.

domingo, mayo 15, 2005 

Carta a un futuro escritor

Antes de que escribas una palabra, piensa en tu nombre. Si te llamas Pablo García o Juan Domínguez olvida de inmediato la idea publicar lo que sea. Recuerda que los libros son mercancías y los autores, marcas. Por lo tanto, llamarse Domínguez o Fernández sólo te servirá para pelear como un artículo de tercera selección en esos grandes supermercados que se han convertido las librerías. En cambio, si tu nombre se parece al de un personaje de telenovela, como por ejemplo, Alexis Vidallé Thomson, el camino será más fácil.

¿Piensas que ya estás listo para lanzarte a la aventura? Pues ni se te ocurra elaborar una oración unimembre sin escoger una buena leyenda que sirva de explicación a tu fama. Recuerda que todos los grandes autores tienen un subtitulo que los acompaña hasta la eternidad. Podemos citar a Rimbaud que dejó la escritura a los 19 años y se hizo traficante de esclavos. O a Cervantes porque era manco y escribió El Quijote en la cárcel. A Oscar Wilde le gustaban los hombres. Borges era ciego, viejo y conservador. Sabato defendió los derechos humanos. A Bioy Casares le bastó con ser amigo de Borges.

Así que búscate una buena excusa para ser recordado. Si ya la tienes, puedes pasar a la fase posterior: hacerte conocido. Para eso, procura figurar en cuanta solicitada de intelectuales o artistas se vea en los periódicos. No importa que todavía no hayas publicado siquiera un microcuento, la clave es tu nombre sea visible. Si apareces entre las primeras cinco firmas, habrás conseguido el objetivo. Entre el sexto y el décimo quinto puesto irás camino a la fama. En cambio, si estás a la cola, cuando los apellidos suelen confundirse, entonces, deberás replantear la estrategia y buscar un camino radical.

En ese caso, elige a un peso pesado como oponente y dedícate a insultarlo de todas las formas posibles y en todos los idiomas. En el momento en el que los medios de comunicación piquen el anzuelo, tú ya formarás parte del elenco estable de la literatura nacional.

Una vez que lograste superar el escollo de la notoriedad, debes escribir con rapidez tu primer libro. Es importante que no te demores en esta actividad porque sino se pasará tu cuarto de hora. Por lo tanto, concentra tus esfuerzos en lograr un contrato con una poderosa editorial. Allí te brindarán el servicio de numerosos correctores y editores que pulirán el material que hayas presentado y escribirán lo que haga falta.

Otro detalle que no deberías descuidar es la apariencia en la foto de la contratapa del libro. Los expertos recomiendan una leve inclinación de la cabeza hacia la izquierda y que se coloque el dedo índice de la mano derecha sobre el mentón. De esa manera, se acentúa el talante reflexivo y agudo del autor de marras.
Si piensas que una vez que el volumen salió de la imprenta, tu tarea ha terminado, te equivocas de cabo a rabo. Ahora viene la tarea más difícil: enfrentarte a la prensa.

En las entrevistas debes confesar que te costó mucho trabajo terminar el libro y que demoraste casi diez años en ponerle punto final. La reflexión que surgirá de inmediato es que algo que demandó tanto tiempo, necesariamente debe ser interesante.

Cuando te pregunten por tu música preferida di que te gusta el jazz o la ópera. El folklore o la canción romántica no suelen ser bien vistos en esos cenáculos. Tampoco olvides citar nombres de bares que ya no existen. De esa manera, pensarán que tienes muchísimas vivencias en tu haber y que éstas se reflejan en tu obra.

Otro punto fundamental son los autores con los que habrás de referenciarte. Elige uno o dos escritores en la Bolsa de Comercio de la letras y apuesta a que tu nombre quede pegado al de ellos. Por ejemplo, hoy en día las acciones de Witold Gombrowicz están subiendo. Si gastas tu capital en ellas, es probable que la semana que viene caigan a pique y lo pierdas todo. En cambio, es recomendable adquirir papeles de escritores muertos que ya olvidados y trabajar para su reivindicación. Esos bonos cotizan muy bajo y dan ganancias suculentas. Otra operación posible es jugarse por autores desprestigiados como Jorge Bucay o Paulo Coelho. Si logras que suban algunos puntos, habrás amasado una pequeña fortuna.

¿Estás ansioso por la fama? No te preocupes, cada vez estamos más cerca del objetivo. Ahora sólo nos resta que consigas un puesto en una universidad extranjera. Sería preferible que la institución tenga sede en Francia o Estados Unidos, pero si se encuentra en España, Portugal, Guatemala o Asunción del Paraguay, no habrá problemas. El punto es que sea lejos de la avenida Corrientes para que puedas eludir posibles ataques. Si te ven caminando o tomando un café en un bar podrían ensuciar tu nombre.

Ahora sí, ya estás listo para ser un escritor famoso. No olvides cumplir al pie de la letra cada uno de estos consejos y recuerda lo que dijo Hemingway: se necesita el uno por ciento de inspiración y el noventa y nueve por ciento de transpiración.

A transpirar se ha dicho, entonces.

jueves, mayo 12, 2005 

Los alfonsinistas

Cuando llega la noche, los alfonsinistas dejan las máquinas de escribir y salen a pasear en bicicleta. No temen a la oscuridad, pero por las dudas, suelen charlar mientras pedalean. Nunca gritan ni se apasionan demasiado, incluso a veces casi no llegan a escucharse. De todas formas les gusta saber que se pueden cuidar unos a otros. La ciudad repleta de ciclistas devuelve una imagen muy democrática que todos saben apreciar. Una hora más tarde, ellos vuelven a sus casas, se acuestan y sueñan con autopistas informáticas.

Al despertar, preparan los primeros mates y abren las ventanas para que entre el sol. En Alfonsinlandia siempre es primavera. Luego de la ducha, sus habitantes se emparejan los bigotes y escriben el informe del día, que contendrá no menos de doscientas palabras esdrújulas como, por ejemplo, ”sistemático”. Una vez listo el trabajo lo entregan en la oficina del coordinador. Allí, mientras esperan ser atendidos, de tanto en tanto organizan excursiones para visitar a La Mujer que Adivina el Pasado en el Monte de Caballito.

La Mujer que Adivina el Pasado es una señora mayor que oculta su mostacho con un velo y cubre su cabellera con un delicado turbante blanco. Muchos hombres le pagan grandes sumas para que les revele cómo fue la vida veinte años atrás. Eso genera no pocos conflictos con las esposas no alfonsinistas radicadas en la ciudad. Ellas piensan que sería mejor negocio preguntar sobre lo que pasará en el mañana. Ante los reclamos, los hombres simplemente repiten las palabras de la señora del velo:

-Conocer el futuro es cosa del pasado. Ahora lo importante es adivinar aquello que ya se vivió.

Las damas nunca terminan de comprender esas frases y dejan que sus maridos hagan lo que quieran con tal de que no molesten. Creen que no hay nada más triste que un alfonsinista deprimido.

Sin embargo, cada vez que vuelven de las excursiones, comienzan los problemas. Ellos se reúnen en las plazas para cantar y celebrar hasta el amanecer. Nadie se atreve a decirles nada. Saben que luego vendrá la recaída y que no aparecerán por las calles durante largos meses. Las mujeres, entonces, oficiarán un rol clave durante esos momentos, en los que algunos apenas si se bañarán y otros sólo se permitirán balbucear el preámbulo de la Constitución.

Las señoras mantendrán el orden de la casa y completarán todos los informes que sean necesarios para sobrevivir. No tendrán empacho en ensuciarse las manos con sangre de gallina ni tampoco dudarán cuando tengan que escupir en la vereda.

Saben que tarde o temprano los alfonsinistas se recuperarán y tomarán sus bicicletas y el mundo nuevamente albergará un lugar plural y democrático en donde reine la paz.

martes, mayo 10, 2005 

Conocer gente

Una de mis actividades preferidas es conocer gente en reuniones y cumpleaños. Mientras que muchos desperdician el tiempo con las mismas caras, yo aprovecho esas ocasiones para rodearme de nuevos mundos. La tarea no es sencilla, incluso muchas veces puede ser agotadora. Sin embargo, no hay nada más gratificante que volver a casa luego de que todo haya salido tal cual lo planeado.

Lo ideal es llegar a la cita un rato más tarde de los previsto, cuando todos estén acomodados en sus lugares. No conviene exagerar, de lo contrario habrá muchos borrachos y se achicará el margen de acción.

El primer momento es crucial. Apenas se traspasa la puerta hay que enfrentarse a lo desconocido. Los cobardes se amilanan, levantan la manito y lanzan un estúpido y edulcorado ”hola” general, yo, en cambio, me tomo el trabajo de saludar uno por uno a todos los presentes.

-¿Qué tal? Fernando –digo.
-Romina –me responden.
-Hola. Soy Fernando –insisto.
-Juan Carlos –contesta uno con cara de novio.
-Fernando.
-Brenda –siempre hay un nombre raro.
-Hola. Fernando.
-Pablo.
-¿Cómo va? Soy Fernando.
-Lucila –responde ¿O dijo Lucia?

Y así sigo en la batalla hasta que no quede ni una persona sin mi saludo. Luego lo importante será recordar cada nombre. Nunca se sabe para dónde puede disparar una situación. Por eso, mientras me sirvo el primer vaso de cerveza, suelo repetir mentalmente: Romina, Juan Carlos, Brenda, Pablo, Lucía, Nicolás, Augusto, Victoria, Macarena, etc, etc, etc.

Parece una estupidez, pero ese proceso es muy importante. Hay miles de casos de hombres que se perdieron un tesoro sólo por atreverse a preguntar en medio de una conversación que iba subiendo de temperatura:

-Disculpame, ¿cómo era que te llamabas?

Las mujeres, cuando escuchan eso, inevitablemente se empacan y vuelven todo a foja cero. Así que lo recomendable es estar siempre alerta.

Después de intercambiar algunas palabras con el anfitrión, llegará el momento de elegir un lugar donde sentarse. Yo suelo utilizar un método que nunca falla. Escucho a alguien que está hablando y lo interrumpo en la mitad de una frase:

-¿Vos trabajás en una empresa de seguros?
-Ah... ¿leíste Pubis angelical? Es brillante
-Las mujeres hacen lo mismo
-No jodan: Menem y Kirchner son iguales

Cuando la persona contesta de buen ánimo, ahí busco una silla y me incorporo a la discusión. Ya tengo la mitad del triunfo en mis manos. Una vez que la cosa avanza dejo caer al pasar un dato íntimo para generar curiosidad en el ambiente.

-Cuando estuve en Malvinas me comentaron que...
-Un tumor siempre es bravo. Yo de eso puedo hablar porque sé lo que es vivirlo.

Es muy fácil generar conversaciones. Más complicado, por supuesto, me resulta establecer si esas personas me cayeron bien o no. Para resolver el dilema cuento con un arma imbatible que consiste en relacionar a la gente según su aspecto físico antes de juzgar.

Me explico. Si el hombre con el que estoy charlando tiene cierto parecido físico con algún viejo amigo mío, inmediatamente buscaré complicidad con él. En cambio, si otra persona tiene rasgos en común con alguien a quién yo se la había jurado, bueno, entonces mejor que se prepare.


Conocer gente no es nada complicado. Sólo hay que estar dispuesto a abrir ventanas de otros mundos. Eso sí, hay que ser cuidadoso. A veces, como sucede con las computadoras, abrir demasiadas ventanas al mismo tiempo puede causar problemas.

domingo, mayo 08, 2005 

Menú porteño

Te llamo en la semana/ Nunca me había sentido así/ Sólo somos amigos/ Son todos iguales/ Son todas putas/ ¿Me convidás un cigarrillo?/ No me vino/ Se me paró/ Nos casamos/ Estoy rehaciendo mi vida/ Vos me buscaste/ Nos estamos conociendo/ Estuve con mucho laburo/ Estoy indispuesta/ Pegame/ Estábamos borrachos/ Te quiero como amigo/ Te alcanzo con el auto/ ¿Soy linda? / Estoy mal/ Yo quiero vestido blanco/ Fue amor a primera vista/ Sos una reprimida/ Yo no soy una cualquiera/ Tenemos que hablar/ ¿Me querés?/ Falló la comunicación/ Nos vemos cuando tenemos ganas/ A mi me gustan los feos/ Te llamé y no estabas/¿De qué signo sos? / Me estoy separando/

jueves, mayo 05, 2005 

Cofradía del reproche

No les gusta andar por ahí anunciándose como reprochadores, qué va, ellos prefieren la sutileza para dar a conocer su obra al mundo. ¿Quién? ¿Yo? Estás muy equivocado. Demasiado esfuerzo hago para que vengas con esas cosas. Entonces, cuando parece que las aguas se aquietan, callan por un instante y, de repente, miran con cierta carita y de sobrepique escupen alguna que tenían guardada. La dicen rápido, como quien se saca un peso de encima. Después resoplan. A los cofrades del reproche les encanta resoplar. Buff. Buff. Buff. Y en cada resoplido van impregnando el aire con sus demandas.

Los reprochadores porteños miran para atrás y comprenden que las cosas podrían haber sido distintas. Si yo hubiera, si no te hubiera hecho caso, por qué no habré, para qué, por qué. Los cofrades del reproche llevan en la piel marcas de una traición que nunca olvidarán, tienen una madre que no los quiso lo suficiente, un padre que los maltrató, un mejor amigo que les robó la mujer, un jefe que los explota, una nueva mujer que los humilla, tres hijos que les dan disgustos continuamente, un gobierno que los estafa, un portero que los vigila, un policía en el que no pueden confiar, mil delincuentes que acechan en la calle y un chino del mercadito que les saca el trabajo. Buff. Buff. Buff. Bastante esfuerzo hago.


Los miembros de esta cofradía utilizan la ciudad como caja de resonancia para sus iniciativas. Entonces, cualquier habitante más o menos desprevenido puede percibir como se cruzan las demandas. Madre e hija, hermano y hermana, esposo y esposa suelen brindar espectáculos memorables en el arte de la queja. Los ataque se multiplican para regocijo de vecinos y curiosos que escuchan detrás de las paredes.

Al final cede el griterío y se firma una pequeña tregua. Una declaración de paz mínima que concluirá en el preciso instante en el que alguno, después de un silencio más o menos prolongado, mire con carita y antes de resoplar, diga, casi sin mover los labios: viste, yo te dije.

martes, mayo 03, 2005 

Bar-budo

¿Quién no soñó a los quince años con tener una banda de rock? Hoy, cuando ya nos aburren los recitales en sótanos mugrientos y somos concientes de que aprender música es algo muy complejo, mal podríamos formar un grupo y recorrer los tugurios del under. Sin embargo, la vida tiene en oferta sueños para todas las edades. Y al llegar a los treinta, lo usual es pensar en ser dueño de un bar. Pero no un bar cualquiera, sino uno con ”onda”, de esos que tienen actividades culturales, tocan grupos o dan clases de teatro.

En los bares pasamos muchas de nuestras mejores horas. Fuimos felices, gastamos fortunas en alcohol, charlamos de trivialidades, conocimos mujeres, leímos, nos confesamos y vimos pasar la vida. La libertad es una botella de cerveza, un café, un vino. Por eso, qué mejor emancipación de la rutina que montar un bar.

Durante largos meses hacemos cálculos para poder concretar la ilusión. Si la plata que tenemos ahorrada más el crédito o la indemnización. Si lo tuyo más lo mío más lo de un socio. Si buscamos una casa vieja y la reciclamos. Y así pensamos nombres, buscamos zonas adecuadas, hablamos con arquitectos amigos, ideamos una posible carta, averiguamos tramites en la municipalidad y todas esas cosas.

Aunque algo siempre nos frena. O el socio que duda, o la plata que no nos alcanza o el divorcio. Por alguna excusa debemos postergar el sueño de ser libres y volvemos, doblemente frustrados, a la relación de dependencia.

Entonces descubrimos con envidia el bar que abren a la vuelta de casa. No todos son timoratos como nosotros. Cada tanto, aparece un valiente decidido a quemar las naves. En este caso, un barbudo, acompañado por una rubia. “Orson – Café Espacio Cultural” se llama el reducto. Las mesas son amables, el cortado lo sirven con un bomboncito y en las paredes hay colgadas fotos de Olmedo, Hitchcock, Humprey Bogart, Fidel Pintos y por supuesto del ciudadano Welles.

El barbudo es un hombre culto. Los sábados a la tarde, cuando vamos a leer, conversa con nosotros. Cita a autores, hace chistes y nos cuenta de sus proyectos. La rubia es su mujer y además estudió sicología y trabajó en una multinacional. Se los ve felices.

Cuando llega el invierno, el bomboncito desaparece. Las fotos siguen estando pero el clima ya no es tan cordial. Hace mucho frío. Nuestro amigo apenas nos saluda, concentrado en discutir por teléfono con los proveedores. A esta altura ni siquiera la dama nos parece interesante. Ya sabemos cómo va a terminar la historia.

Una tarde el hombre nos cuenta que su mujer se fue y que ya no sabe cómo hacer para seguir adelante. Dice que está dispuesto a hipotecar su casa para comprar un equipo de calefacción y ver si la cosa puede remontar. Un chico de unos quince años y malos modales es el nuevo empleado. Poco queda del espacio cultural.

Pasan las semanas y siempre encontramos un motivo para eludir el café en Orson. El frío, las obligaciones, la pereza. Finalmente, un sábado de agosto nos animamos a entrar. Las mesas están vacías. Nos atiende el muchacho. Le pedimos un cortado que tardará quince minutos en servirnos. Como música de fondo se escucha el ruido del calefactor recién instalado. Al rato aparece el barbudo. Apenas nos saluda, hecho que agradecemos íntimamente. Queremos concentrarnos en la lectura, pero es imposible. Dejamos un billete debajo del pocillo y cruzamos la puerta, sabiendo nunca más vamos a volver.

Un par de meses más tarde, cuando ya casi nos habíamos olvidado de nuestro frustrado proyecto, pasamos por el bar y vemos que un hombre de pelo largo acompañado por una morocha está pintando el lugar.

domingo, mayo 01, 2005 

Amigo

Te cruzás en la calle con un amigo al que no veías desde hace casi diez años. Dice que estuvo muy mal. Drogas. Depresión. Paranoia. Autodestrucción. Estás apurado: intercambian teléfonos, prometés llamarlo y arreglar para ir a comer una pizza un día de estos. Esa misma noche él te llama y te invita a una fiesta el sábado. Va a estar buena, es toda gente tranqui, te aclara antes de que pienses mal. Así no se hace tan pesado el relato de mis dramas. Es en un lugar en San Telmo, a las diez en punto.

Ese día te bañás tranquilo y esperás a que se hagan las once, no vaya a ser que llegues y no haya nadie. Después, cualquier cosa, podés ir a otro lado. Te bajás del colectivo y caminás buscando la dirección exacta. Cuando llegás descubrís que es una una especie de templo. Te quedás un segundo mirando la puerta y justo antes de que escapes aparece tu amigo. Te da un abrazo. Vení, vení, dale que es tarde, te estábamos esperando. Le aclarás que sólo pasabas a saludar, que tenés que ir a otro lado. Pero parece que no escucha.

Al entrar todos están cantando. Un chico te saluda por tu nombre y te da la letra de una canción. Es buenísima, dice tu amigo. Intentás despedirte y volvés a decir que se te hace tarde. Otro día hablamos, me tengo que ir. Pará, pará, no te vayas. Espérame un segundito que tengo un regalo para vos. Vuelve con un libro: El camino de la espiritualidad. Léelo, acá está todo. A mi me cambió la vida. Yo estaba muy mal. Drogas. Depresión. Paranoia.

Salís casi corriendo y te subís al primer colectivo que pasa. A la mañana siguiente suena el teléfono: ¿Y? ¿Pudiste leer algo?